Ayer por mi calle pasaba un borrico, el más adornado que en mi vida he visto.
Albarda y cabestro eran nuevecitos, con flecos de seda rojos y amarillos.
Borlas y penacho llevaba el pollino, lazos, cascabeles y otros atavíos; y hechos a tijera, con arte prolijo, en pescuezo y anca dibujos muy lindos.
Parece que el dueño, que es, según me han dicho, un chalán gitano, vendió aquella alhaja a un hombre sencillo; y añaden que al pobre le costó un sentido.
Volviendo a su cusa, mostró a sus vecinos la famosa compra, y uno de ellos dijo:
Empezó a quitarle todos los aliños; y bajo la albarda, al primer registro, le hallaron el lomo asaz malherido, con seis mataduras y tres lobanillos, amén de dos grietas y un tumor antiguo que bajo la cincha estaba escondido.
—¡Burro —dijo el hombre—, más que el burro mismo soy yo, que me pago de adornos postizos!
A fe que este lance no echaré en olvido; pues viene de molde a un amigo mío, el cual a buen precio ha comprado un libro bien encuadernado que no vale un pito.
Tomás de Iriarte
Popular