Pieles nuevas por viejas

 


 

Una serpiente de jarretera se arrastra por la hierba. Su piel vieja, arrugada, cuelga de la punta de su cola. La serpiente llega a unas rocas. Se desliza entre ellas. La vieja piel se engancha a una roca. Con un giro de la cola, la serpiente sale arrastrándose. La piel vieja se ha quedado atrás.

Cada pocos meses, la serpiente ha de cambiar de piel porque ya no cabe dentro de la que tenía.

Cuando la piel vieja está ya en condición de salir, se seca y se afloja. La serpiente frota su boca contra algo áspero. La piel de alrededor de los labios salta y se abre. Esto no le hace daño a la serpiente.

La serpiente comienza a arrastrarse. Al hacerlo, su piel vieja empieza a volverse del revés, como cuando te quitas un guante. Al final, la piel vieja queda colgando de la cola de la serpiente. La serpiente se arrastra entre rocas o ramas. La piel vieja se queda fuera. Allá va la serpiente con una nueva y brillante piel que ha crecido debajo de la vieja.

Los lagartos también cambian de piel. Pero, por culpa de sus patas, no pueden sacar la piel en una pieza como lo hace la serpiente. El lagarto rompe su piel vieja. Y algunos lagartos se comen los pedazos.

Serpiente de cascabel

Esta serpiente acaba de salir de su piel vieja. Su nueva piel es brillante y lustrosa.

Gecko


El gecko rompe su piel vieja a pedazos. Algunos lagartos se comen su propia piel vieja.

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