¡La tierra está caliente! ¡Me quemo los pies! ¡Cada día está más caliente! Eso pensaba un campesino llamado Dionisio Pulido mientras araba su campo de maíz cerca de Paricutín, en México. De pronto, la tierra comenzó a moverse y agrietarse y un gran chorro de vapor y humo comenzó a salir del suelo. Dionisio corrió al pueblo y advirtió a la gente que había un monstruo en su campo de maíz. Naturalmente, no había un monstruo. Era un volcán que estaba naciendo. Expulsó cenizas, vapor y rocas fundidas hasta que toda la hacienda de Dionisio quedó completamente sepultada. Fue creciendo durante la primavera y el verano y pronto llegó a ser tan alto como el edificio más alto del mundo. Obligó a los habitantes del pueblo de Paricutín a huir para no quedar sepultados en la lava, y continuó creciendo hasta sepultar también otra ciudad. Durante el día, el cielo se ponía negro a causa del humo y las cenizas expulsadas. Y por la noche era rojo a causa de las chispas y el brillo de las rocas incandescentes. El volcán fue creciendo año tras año, hasta que se convirtió en una montaña. Y un día dejó de crecer. Hoy, el volcán Paricutín está tranquilo. En diez años creció tanto que mucha gente lo consideró una de las siete maravillas naturales del mundo.
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