De cuando en cuando siento algún dolor. Los nervios envían mensajes a mi cerebro. Los mensajes dicen qué parte de mi organismo no funciona bien. El dolor es un aviso. El cerebro lo entiende.
A mí no me gusta que me haga daño nada. Pero si nunca sintiera dolor, no sabría qué parte de mi organismo funciona mal. Cuando siento algún dolor se lo digo en seguida a mis padres o a mis maestros.
A veces me duele el estómago. Una vez tuve un dolor de estómago que se me pasó cuando mi madre me dio una medicina. Pero una vez el dolor era muy fuerte y no se fue. El médico temió que se tratara de apendicitis y me hizo un análisis de sangre.
Una enfermera me sacó unas gotas de sangre. Los técnicos del laboratorio las examinaron con un microscopio. Miraron sobre todo que las cantidades de glóbulos blancos y de glóbulos rojos fuesen las necesarias.
El análisis de sangre demostró que yo estaba bien. Ello quería decir que no se trataba de apendicitis. Entonces el médico dijo que tal vez comí demasiados melocotones. Pero el dolor es un aviso, y yo le presté atención.
No soy un llorón, pero a veces se me saltan las lágrimas cuando me duele algo. Los lloros a veces resultan buenos. Parece que así duele menos. Y, además, la gente está segura de que me duele de verdad.