Mi cuerpo tiene su propia forma de curarse: para ello hay unas células especiales que actúan cuando me hago daño.
Supongamos que me corto la mano con un trozo de cristal. La herida sangra. Casi en ese momento la sangre que mana de la herida empieza a coagularse. Las células se juntan. Poco a poco la sangre se vuelve espesa y cubre la herida. Entonces la sangre se endurece y forma una corteza protectora sobre la herida.
Debajo de la corteza hay otras células que también cumplen una misión.
Puede que hayan entrado gérmenes en la herida. Los glóbulos blancos de mi sangre acaban con ellos.
Las células que se encuentran en los bordes de la herida crecen y se dividen. Células nuevas ocupan el lugar de las que fueron dañadas al cortarme.
Hay aún otras células que realizan diversas misiones. Por ejemplo, hay células especiales que curan. Forman una especie de red que une los bordes de la herida. Cada día esta red se vuelve más espesa, más dura y más fuerte. Se llama cicatriz.
Al cabo de unos días se me cae la corteza. Entonces puedo ver la cicatriz.
Mi mano ya está curada.
El corte era poco profundo. Casi no me dolía. Mi madre me hizo lavar las manos con agua y jabón. Me las sequé con una toalla limpia.
Mi madre me puso un esparadrapo sobre la herida. El esparadrapo evitó que entrara suciedad en la herida mientras se curaba.
Más tarde, cuando me quité el esparadrapo, sólo quedaba una señal en el sitio donde me corté.