Durante meses los padres se preguntan: “¿Cuándo andará?” Y de repente, el niño anda. Súbitamente se transforma en una personita bamboleante que anda, habla y salta. Es regordete, lleva constantemente las rodillas peladas y la nariz sucia. ¡Qué diferencia del recién nacido que los padres trajeron del hospital! Ahora se tiene en pie y esta nueva posición le da un aire distinto. Parece seguro de sí mismo, independiente e incluso desafiador. Cada objeto que ve es un nuevo reto. Y sin embargo aún depende mucho de sus padres. Precisa amor, alabanzas cuando aprende algo nuevo. Al mismo tiempo necesita que sus actividades bulliciosas sean controladas. A esta edad el niño es un ser paradójico, proclama su independencia y al instante siguiente busca protección.
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