por Esopo
Una vez, mientras el león dormía, un ratoncillo jugaba dando saltos sobre él. Saltó tanto que el león se despertó, le puso encima la enorme garra y abrió la boca dispuesto a devorarlo.
—¡Perdóname, oh, rey! —exclamó el ratoncillo—. Suéltame y te prometo que no olvidaré el favor. ¿Quién sabe si podré devolvértelo algún día?
Hizo reír tanto al león la idea de que un animalillo tan insignificante como el ratón pudiera servirle de ayuda que levantó la zarpa y lo dejó marchar.
Poco tiempo después, el león cayó en una trampa. Los cazadores, que querían llevarse vivo al rey de los animales, lo ataron a un árbol mientras iban en busca de la jaula. En aquel momento, pasó por allí casualmente el ratón; i viendo el apurado trance en que se hallaba su antiguo bienhechor, se le acercó y con sus afilados diente-cilios cortó la cuerda que le sujetaba.
—¿Tenía razón o no? —dijo después el ratoncito.
Pequeños amigos pueden llegar a ser grandes amigos.