Subí a un árbol para coger una manzana madura que colgaba del extremo de una delgada rama. Me dije: «Si corro el riesgo e intento coger la manzana, la rama puede romperse. Me caeré y tal vez me haga daño. ¿Vale la pena correr ese riesgo por una manzana? Quizá sí en caso de que tuviera mucha, mucha hambre. Pero no la tengo, así que no voy a cogerla.» La manzana no compensaba la posibilidad de causarme daño. Por tanto, bajé del árbol. Cuando la gente se arriesga, tiene que pensar qué puede pasar si se gana y lo que puede ocurrir si se pierde. Entonces es más fácil decidir si hay que arriesgarse o no conviene. Un fabricante de juguetes desea tal vez construir un juguete nuevo. Sabe que, si gusta y la gente lo compra, ganará dinero. Pero si el juguete no gusta o no se vende, perderá el dinero que ha invertido en su fabricación. Si piensa que la gente está dispuesta a comprar el juguete nuevo, correrá el riesgo de fabricarlo. Pero si cree que no lo va a comprar, evitará correr el riesgo. La gente se arriesga siempre. A veces gana. A veces pierde. En esto consiste precisamente el riesgo. |
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