El cielo se ha cubierto de nubes blancas.
Parece que las colinas están cansadas
y duermen quedas sobre los lomos de mi yeguada.
En mi regazo la oveja te mira y bala.
Y yo, que del ganado y el prado soy ama,
me siento triste y vagan mis ojos en lontananza.
Niño indio, si estás cansado
tú te acuestas sobre la Tierra,
y lo mismo si estás alegre,
hijo mío, juega con ella…
Se oyen cosas maravillosas
al tambor indio de la Tierra:
se oye el fuego que sube y baja
buscando el cielo, y no sosiega.
Rueda y rueda, se oyen los ríos
en cascadas que no se cuentan.
Se oye mugir los animales;
se oye el hacha comer la selva.
Se oyen sonar telares indios,
se oyen trillas, se oyen fiestas.
Donde el indio lo está llamando,
el tambor indio le contesta,
y tañe cerca y tañe lejos,
de que huye y de que regresa…
Todo lo carga, todo lo toma
y no hay tesoro que lo pierda,
y lleva a cuestas lo que duerme,
lo que camina y que navega,
y lleva a vivos y lleva a muertos
el tambor indio de la Tierra.
Gabriela Mistral