En muchos parques y museos hay estatuas que han sido esculpidas en honor y memoria de personas que realmente existieron. Pero hubo un tiempo en que los hombres erigían estatuas en honor de personajes completamente imaginarios. Estos personajes eran los dioses que protegían la actividad de los mortales. Artemisa era la diosa protectora de la caza. Los griegos construyeron un templo en su honor, y dentro de él erigieron la estatua de la diosa. El templo era grande y majestuoso, de mármol blanco y reluciente como el oro. Tan alto era que alguien afirmó que «llegaba hasta las nubes». Cien años no bastaron para construir el Gran Templo de Artemisa y, cuando finalmente estuvo terminado, venía gente de todas partes para verlo y honrar a la diosa. Al convertirse Grecia en una provincia más del imperio romano, el nombre de Artemisa se cambió por el de Diana. Este gran templo fue destruido cuatro veces por los enemigos. Pero la diosa era tan querida que el pueblo siempre volvió a reconstruirlo. En una última y desgraciada guerra, los soldados enemigos robaron e incendiaron el templo y ya no fue posible reconstruirlo otra vez. Aunque ya sólo quedan sus ruinas, muchos libros antiguos hablan de él y describen su belleza. Incluso la Biblia hace referencia al templo de Artemisa. Hoy puedes ver sus ruinas en Efeso, en Turquía. |