Yo fui una maravilla

Yo fui una estatua a la que denominaban Coloso. Era de bronce y estaba al lado del puerto de una pequeña isla del mar Egeo, llamada Rodas. Era tan alto como veinte hombres y mi dedo pulgar era tan grande que no hubieras podido rodearlo con tus manos. Si te hubieras subido sobre mi cabeza, hubieras podido ver la tierra y el mar a muchos kilómetros a la redonda.

Hace mucho tiempo, los habitantes de Rodas trataron de salvar su isla de una invasión de millares de hombres de otras tierras. Tenían muy pocas esperanzas de salir victoriosos, pero tanto los hombres como las mujeres lucharon con gran valentía. Su valor se vio recompensado cuando un insigne amigo de la isla, Tolomeo, llegó en su ayuda con una poderosa escuadra de barcos y consiguió batir a los enemigos de Rodas.

Los habitantes de Rodas quedaron tan agradecidos por haber sido salvados que construyeron mi estatua. Permanecí muchos años en la bahía y me llamaron una de las siete maravillas del mundo. La palabra «colosal» proviene de mi nombre.

Un día, la tierra comenzó a temblar. El temblor fue tan intenso que me derrumbé y no pudieron recomponerme.

Hoy, en los libros, no soy más que una estatua, llamada el Coloso de Rodas. Pero de vez en cuando se encuentran fragmentos de bronce que formaban parte de mi cuerpo.

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