Hace muchos años, cuando los reyes promulgaban una ley o dictaban una orden tenían que poner un signo especial en el documento. Lo hacían así para que todo el mundo supiera que lo escrito sobre la hoja era verdadera y auténtica voluntad real.
El rey hubiera podido firmar simplemente el papel Pero existía el peligro de que otra persona dictara una orden y falsificara después la firma del rey.
Y he aquí cómo se marcaba el sello: se dejaban caer unas gotas de cera caliente sobre el documento; en seguida, el rey ponía su anillo encima de ella y apretaba, de manera que el dibujo, esculpido en el anillo, quedaba reproducido. Esto era lo que se llamaba el “sello real”.
Nadie tenía un sello igual que el del rey, y así se tenía la certeza de que cualquier documento que llevara la cera o lacre con el sello real tenía que ser auténtico y oficial y representar la voluntad del rey.
Hoy, los reyes y los países, los funcionarios del Estado, Gobierno, provincias y ciudades, e incluso las sociedades mercantiles, tienen sellos que se estampan o imprimen en los documentos importantes.



Impresión de sellos sobre lacre (izquierda y papel (derecha).