¿Cuántas ovejas hay aquí?
Dos, por supuesto. No has tenido que contarlas para saberlo; te ha bastado con echar un vistazo. Y, probablemente, tampoco tendrás que contar éstas para saber que hay cuatro.
Pero, sin contarlas, ¿ puedes decir cuántas hay dentro de este círculo?
¿No puedes? Bien, no te decepciones. Muy poca gente podría decirlo de un vistazo. De hecho, si hay que mirar más de cinco cosas juntas, nadie puede precisar su número sin contarlas.
Y por eso se empezó a contar. Veréis: hace mucho tiempo, en épocas prehistóricas, la gente no tenía necesidad de contar. No hacía falta para cazar los animales que servían de alimento y vestido. No llevaba cuenta de horas, semanas o meses. No poseía casi nada, salvo las pieles que la cubrían y, probablemente, una lanza y un cuchillo de piedra. Así pues, no necesitaba números, simplemente porque no tenía nada que contar.
Pero, finalmente, llegó un tiempo en que se hizo preciso contar. Quizá fue cuando se aprendió a domesticar animales y tuvieron rebaños. Quienes cuidaban de ellos necesitaban algún modo de asegurarse de que no se había perdido ningún animal. Alguien que no tuviera más que tres o cuatro ovejas, fácilmente podría saber que no le faltaba ninguna, naturalmente. Pero a alguien que tuviera diez o doce le costaría tanto decir si estaban todas como a ti precisar cuántas ovejas había dentro del círculo.
Así se inventó el contar, para llevar la cuenta de grandes números de cosas.