La espera antes de nacer

Tuve que crecer mucho antes de que estuviera listo para nacer. El óvulo y el espermatozoide que se unieron para que yo empezara a existir tuvieron que encontrar un lugar donde crecer. Este lugar fue el útero de mi madre. Allí, yo estaba caliente y seguro, y me alimentaba por medio del cordón umbilical que me unía a mi madre.

La célula que se había de transformar en mí empezó a dividirse muy pronto. Primero se dividió en dos células. Estas se dividieron en cuatro. Las cuatro se dividieron en ocho. Y así sucesivamente. Las pequeñas células, que formaban como una mermelada, permanecían muy juntas y seguían dividiéndose.

Al principio, todas las células parecían iguales. Pero al cabo de algún tiempo cada célula adquirió un cometido especial, propio de ella. Algunas células empezaron a formar la piel. Otras se convirtieron en células del corazón, de los huesos o del cerebro.

De este modo fui creciendo antes de nacer. A medida que iba creciendo, el útero de mi madre se hacía más grande para que pudiera caber en él.

Empecé a moverme. Estiraba los brazos. Levantaba las piernas. Mi madre se daba cuenta de estos movimientos, y tanto ella como mi padre se sentían muy felices.

Durante nueve meses fui creciendo y cambiando de forma.

El óvulo y el espermatozoide se convierten en una sola célula. Ésta se divide y forma dos células.
La división continúa.
Al cabo de una semana hay muchas células reunidas como una pelota.
Al cabo de unos cuatro meses, el montón de células se ha convertido en un niño ya formado, que crece dentro de su madre hasta que nace.
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