Mi puerta se abre

Al principio mi mundo era pequeño. Era tan pequeño que se reducía a los brazos de mi madre. Entonces mi cuna y mi habitación empezaron a ser parte de mi mundo. Un día mi madre me dejó mirar por la ventana. Quise coger el sol que entraba por ella, y mi mundo se hizo un poco mayor. Pronto formaron parte de mi mundo mi casa y los objetos que había en ella. Al ir creciendo, mi mundo se hacía mayor. Pero mi casa sigue siendo el lugar donde empiezan y acaban mis días.

Conozco mi casa tan bien que puedo encontrar las cosas en la oscuridad. Mi sentido del tacto me advierte: “Los ladrillos son ásperos, las baldosas son finas, y el cacto que tenemos en la maceta pincha.”

Sé dónde duerme el gato. Tenemos una campanita que emite un sonido muy agradable cuando la hago sonar. Tenemos lugares llenos de trastos viejos que hacen que mi casa sea distinta de todas las demás.

Cuando estoy en casa formo parte de un mundo especial que comparto con mi familia. Mis padres han llenado nuestra casa con juguetes, libros, cuadros, un aparato de radio, un televisor, una estufa, una nevera y un montón de cosas que nosotros usamos.

Aunque mi casa es sólo para mi familia, cuando algún amigo llama a la puerta le decimos: “¡Pasa!” Tenemos unas cuantas sillas de más para las visitas. Una casa que esté dispuesta a recibir a sus amigos, abre la puerta a un mundo más grande.

Al principio mi mundo era pequeño.
Fue mayor cuando empecé a gatear.
Comienzo a andar y también a explorar…
lo que hay más allá de mi puerta.
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