Me trago la comida. Pasa desde mi boca a un conducto llamado esófago. En el tiempo que tardo en contar hasta ocho, la comida llega a. mi estómago. Ahora está a punto de ser transformada para que mi cuerpo la pueda utilizar.
Mi estómago continúa el trabajo que empezaron mis dientes. Rompe la comida en partículas todavía más pequeñas. Y añade más líquidos a los alimentos. Estos líquidos tienen la misión de dar blandura a la comida.
Al cabo de tres o cuatro horas, la comida pasa a mi intestino delgado. Una vez aquí, el alimento acaba su transformación y puede ser utilizado por las células.
En el intestino delgado mis alimentos reciben unos líquidos especiales. Al cabo de un rato, la comida ya no es filete, tomate o queso. Se ha convertido en pequeñas partículas llamadas moléculas. Las moléculas son tan pequeñas que se filtran por las paredes de mis intestinos y van a parar a mi sangre. Mi sangre las transporta hasta las células.
La comida que mi cuerpo no puede utilizar pasa de mi intestino delgado a otro tubo muy largo que se llama intestino grueso. Al final del intestino grueso se halla el recto. Por él salen de mi cuerpo los excrementos sólidos.