Incluso cuando no hay un contacto directo con la muerte, no es excepcional que los niños pregunten: ¿qué significa estar muerto? o ¿voy a morirme yo también? Quizá quieran conocer cómo muere un animal doméstico o una flor. O tal vez han visto un entierro o han oído hablar sobre la muerte de una persona conocida.
Muchos padres que hablan sobre cualquier tema con sus hijos se sienten incómodos y tratan de no contestar claramente cuando los niños les formulan preguntas sobre la muerte. Ello puede deberse a que mucha gente preferiría no pensar en la muerte. Pero la muerte es un hecho. Y cuando un ser querido muere, es muy importante que los padres estén preparados para hablar de ello. Los niños, normalmente, tienen ideas muy confusas acerca de la muerte. Pueden tener pena, miedo, resentimiento e incluso sentido de culpabilidad. Pueden sentirse desorientados y turbados. Es muy importante el modo como los padres les explican qué es la muerte y el modo en que contestan a sus preguntas. Los padres deberían ser conscientes de que la idea que el niño tiene de la muerte varía a medida que crece.
No todos los niños reaccionan de la misma manera ante la muerte. De todos modos, un estudio acerca de cómo lo hacen, ha dado como resultado varios conceptos generales, de acuerdo con la edad.
Entre tres y cinco años, los niños tienden a creer que la muerte es como un viaje del que la persona muerta volverá. 0 quizás que la muerte es como ir a dormir y que más tarde es posible
despertar. Cuando se les habla de la muerte, los niños de esta edad expresan pena y después parecen rápidamente olvidarse. Los padres que desconocen esta reacción típica pueden pensar, preocupados, que su hijo es egoísta y cruel.
Entre las edades de cinco a nueve años, la mayoría de los niños aceptan la idea de que la muerte es irreversible pero que solamente puede morir la otra gente y no ellos mismos. Alrededor de los nueve o diez años, los niños empiezan a comprender que todas las cosas vivientes mueren algún día y que ellos también morirán.
Algunas maneras de contestar a estas preguntas
No importa lo difícil que sea para un padre, una contestación directa y honesta a las preguntas del niño es lo mejor. Las respuestas evasivas pueden prolongar los temores y pesares del niño. Los niños temen más las cosas envueltas en misterio que las que no pueden entender. Incluso la muerte puede dejar de ser tan terrible si se habla de ella abiertamente y con calma.
Al hablar sobre la muerte, los padres tienen que referirse a la enfermedad, accidente o a la vejez. La cantidad de detalles que se incluyan en la explicación pueden contribuir a la capacidad de comprensión del niño. Por ejemplo, si un niño de tres años quiere saber por qué su abuelo ha muerto, ordinariamente basta con decirle: “Era muy viejo y estaba muy cansado.” A un niño de seis años se le puede decir que su abuelo era muy viejo y estaba cansado y que, precisamente, las personas mueren cuando son viejas y están agotadas.
Algunos padres evitan responder honestamente creyendo erróneamente que con ello protegen a su hijo del dolor que pudiera provocarle el conocer la verdad. Pero el niño no es un ser que puede vivir constantemente protegido del dolor y de la tristeza. En estas ocasiones las respuestas evasivas son peligrosas. A un niño de seis años, por ejemplo, se le dice cuando su amado abuelo ha muerto, que en realidad se “ha ido a dormir”. Pero el niño ve pronto que su abuelo nunca despierta de este sueño. ¿Cuál será su reacción? Puede suceder, como ha ocurrido en muchas ocasiones, que el niño tenga miedo de ir a la cama. Su temor es de que quizás él tampoco despertará.
La explicación religiosa, que parece deseable a muchos adultos, no es siempre conveniente para niños. Pocos niños encuentran consuelo en explicaciones tales como “Dios se lo llevó” o “Se ha ido al cielo para estar con los ángeles.” Estas explicaciones pueden provocar sentimientos de miedo, resentimiento o incluso odio contra el Dios que puede llevarse sin aviso a alguien que el niño aprecia profundamente.
Naturalmente los niños se sienten más afectados por unas muertes que por otras. Cuando uno de sus compañeros de juego muere, el niño necesita más seguridad. De repente se da cuenta de que una persona no necesita ser vieja para morirse. En consecuencia, puede sentirse amenazado él mismo. Es importante que los padres respondan a las preguntas de los niños respecto a tales muertes para que entienda que si alguien de su misma edad muere de una enfermedad o de un accidente esto no significa que también él vaya a morir del mismo modo.
Cuando el padre o la madre de un compañero de juego muere, es probable que el niño piense que también su padre puede morir. Tal temor llega a ser mitigado explicando el hecho de que pocos padres jóvenes mueren. Los padres también deberían aclarar que si algo imprevisto sucediera, todo está arreglado para que el niño no tenga problemas.
Para un niño, la muerte de un padre es algo muy difícil de afrontar puesto que no solamente siente pesar sino que también nota la pérdida de seguridad. Se puede sentir abandonado. Algunas veces el padre que sobrevive no se halla en condiciones de consolar al niño y esto puede acentuar su sentimiento de rechazo.
A veces, esperando que el niño se sienta necesario y en consecuencia más seguro, se le dice equivocadamente: “Ahora debes ocupar el puesto de tu madre” o “Ahora eres el hombre de la familia”. Pero ningún niño, por mucha voluntad que tenga, puede ocupar el lugar de un padre difunto. Esta responsabilidad nunca se le debería insinuar.
Es en estos momentos cuando un amigo adulto de la familia puede constituir un gran apoyo para que el niño se sienta tranquilizado respecto a su futuro.
Sentimientos de culpabilidad
Los niños a menudo sienten que de un modo u otro pueden ser responsables de la muerte de un miembro de la familia o de un compañero de juego. Si un abuelo enfermo ha estado viviendo con la familia es muy probable que el muchacho haya sido constantemente obligado a callar durante la enfermedad. Y como no siempre se ha comportado de una manera quieta y silenciosa, esto basta para que el niño se sienta culpable cuando su abuelo enfermo muere. Si el niño es muy sensible, estos sentimientos pueden ser muy turbadores. Si el que murió era un hermano o una hermana, los naturales sentimientos de hostilidad, corrientes entre hermanos, obsesionarán al niño. Es como si algo de lo que ha pensado o hecho hubiera contribuido a aquella muerte. Los padres deben ayudar a su hijo a superar estos sentimientos de culpabilidad ayudando al niño a afrontarlos.
El luto
Hay diferentes opiniones y modos de obrar acerca de la participación de los niños en las reuniones familiares de pésame y en las ceremonias funerarias. Es muy frecuente enviar a los niños a casa de unos amigos con la idea de que de este modo se logrará evitar a los niños parte de los tristes efectos del dolor. En ocasiones esto puede ser aconsejable, pero generalmente este modo de actuar tiende a hacer que el niño se sienta más solo y excluido. Y puede que todavía confunda más sus ideas acerca de la muerte y que incluso intensifique sus temores. Sentirse integrado en la familia, incluso en los momentos de más intensa pena, es más tranquilizante para el niño que verse apartado de tales experiencias dolorosas.