Desde que entró en la escuela el niño ha estado aprendiendo que el grupo es algo que debe tener en cuenta. Su constante preocupación fue siempre el ser aceptado por la pandilla formada por muchachos del vecindario o por sus compañeros de clase y además es capaz de seguir sus normas. Lo que antes era un problema marginal repentinamente adquiere importancia vital.
Antes su mundo esencial estaba formado por la familia. Súbitamente la pandilla ocupa su lugar. Ahora lo más importante para él es estar de acuerdo con el código de sus amigos, incluso a costa de un conflicto abierto con su familia.
Los padres se convierten en “los mayores”
Muchos padres afirman que durante esta fase de la educación de sus hijos lo que más duele es la manera que tienen de cortar las relaciones con sus padres transformándolos en “mayores”. Los padres saben que en el fondo sus hijos les quieren, que todo es una pose. Pero, sin embargo, —especialmente en público— los niños acogen las peticiones más razonables de sus padres como agrios insultos procedentes de un enemigo acérrimo. En efecto, una vez el niño les haya trasladado de la categoría de padres a la de “mayores” no puede haber nada personal entre los padres y él. Su relación puede transformarse en la lucha entre dos agentes enemigos. Si el padre o la madre sugieren que sería muy agradable que su hijo organizara una pequeña reunión provoca inmediatamente este comentario: “¿Dónde estarás tú?”. Es muy duro aceptar el hecho de que a esta edad, los padres serán enemigos acérrimos para su hijo. Naturalmente es un consuelo pensar que no todos los niños reaccionan de una manera tan drástica.
Esta actitud es normal. En realidad, cuanto más dependiente haya estado de sus padres, mayor será su necesidad de librarse de esta dependencia. A menudo el padre más amante y amado y el profesor más cordial son los que reciben el rigor de este trato sorprendente y desagradable. Esta batalla entre los padres (como autoridad que desafía) y el hijo no deteriora permanentemente las relaciones entre ambos. Sólo significa que en ciertas etapas de su vida el niño se
identifica con los de su edad y deja para sus padres el papel de “adulto”.
Muchos preadolescentes pasan con frecuencia por estas etapas. No hay razón para preocuparse excepto si la tirantez abarca tantos aspectos del trato mutuo que la relación entre padres e hijos queda definitivamente rota.
Los secretos
Otra manera que tienen los preadolescentes de excluir de su vida a sus padres es tener secretos. Las niñas, especialmente, atormentarán a sus padres mencionando cosas que alguien dijo o hizo y luego se cerrarán como una ostra si se les piden más detalles. La niña que acudía siempre a su madre para contarle todas sus preocupaciones se ha desvanecido. Ahora a sus preguntas sobre lo que ha sucedido en la escuela contesta con una palabra breve y desalentadora: “Nada”.
Estos secretos también tienen sus motivos y son parte del desarrollo normal de un preadolescente. En parte demuestran su necesidad de tener algo que no esté al alcance de la invasión de una persona adulta. El contenido de este secreto puede tener una importancia nimia.
Su manía de coleccionar cosas y guardarlas en los bolsillos o en los cajones de la cómoda forma parte también de esta necesidad de poseer algo que no esté controlado por un adulto. Si sus padres, por ejemplo, intentan organizar la colección de monedas o de sellos de su hijo, puede ocurrir que el niño pierda interés por esta afición. La intervención de los padres transforma esta colección en posesión familiar mientras que el niño quisiera que fuera un dominio propio.
En relación con esta necesidad de posesión individual es también interesante hacer notar que para muchos niños, en esta etapa, muchas veces les es más fácil comunicarse con otros adultos que con sus propios padres.
El desafío de la pandilla
En el transcurso de la etapa preadolescente y adolescente, incluso el
muchacho o muchacha más maravillosos se vuelven extremadamente vulnerables a la total falta de lógica de un desafío. Bajo ciertas condiciones un preadolescente se siente obligado a aceptar un desafío sin importarle lo tonto, peligroso, desagradable y ofensivo que pueda ser. Si no lo acepta pierde el honor ante los ojos de su pandilla.
Generalmente este tipo de desafío es más corriente entre los adolescentes mayores. En la etapa preadolescente es más difícil de reconocer pero también tiene mucha importancia. Un niño preadolescente, por ejemplo, puede aceptar la idea de poner tachuelas en la silla del profesor, decir palabrotas y hacer señas de mal gusto a espaldas de alguien.
Estas situaciones pueden presentarse incluso sin la presencia de la pandilla. Psicológicamente el niño siente la presencia de sus compañeros y actúa como si lo estuvieran mirando. Según como sus padres le pidan obediencia o le reprendan reaccionará tontamente, con descaro, con tozudez y con frescura. Se transformará en un actor que representa una comedia en beneficio de la pandilla ausente. De no aceptar el desafío violará el código que gobierna sus acciones y las de su pandilla.
Nunca hay que criticar al niño con razonamientos inoportunos: “Tu prima María no se pinta los labios” o “Cuando yo tenía tu edad no me hubiera comportado así nunca”.
Afortunadamente no se presentan muchas situaciones como ésta a la vez. En muchos otros aspectos el niño se comporta razonablemente o al menos parece tan fácil de influir como antes. Para un preadolescente la orden de que se ponga ropa interior de abrigo o botas de agua puede ser insoportable; para otro la petición de que no suba a un árbol o que no se burle de su profesor aunque él sepa que no está bien, puede ser una orden irresistible. Para una chica puede ser la preocupación de su madre por el maquillaje, el comportamiento en la mesa o el vocabulario. La rebelión puede estallar por motivos muy distintos.
Sin embargo son rebeliones fáciles de identificar. Son mucho más importantes los desafíos cuando está solo con su pandilla. Es una preocupación mucho más difícil de solucionar.
Si un niño no se comporta como es debido o tiene problemas en la escuela, sus padres desearán saber si las causas son graves. El profesor o el psicólogo del colegio pueden ayudarles a encontrar una respuesta adecuada.
Si el niño depende excesivamente de los malos ejemplos de una pandilla lo peor que sus padres pueden hacer es criticarlos. Entonces reaccionará defendiendo con lealtad a sus amigos aunque sepa positivamente que sus padres llevan la razón. Lo único que se puede hacer en este caso es educar al niño formándole un juicio propio que le permitirá actuar prudentemente en estas ocasiones; pero es un trabajo que no se realiza en un día. Evidentemente el éxito no llegará de la noche a la mañana.
Salvar las apariencias
En otras cosas de menor importancia el preadolescente también temerá rendirse demasiado pronto a las demandas de los adultos. Esto sucede, por ejemplo, con una sugerencia relativa a cosas de la vida cotidiana, como el vestir. Los niños temen volver a la infancia si aceptan demasiado pronto las órdenes de los adultos. Aunque se dé cuenta de que sus padres le piden algo perfectamente razonable se considerará obligado a resistirse y rendirse después de la batalla. El hacerlo, simplemente, es un acto cobarde o infantil. Continúa teniendo respeto por sus padres, pero necesita mantener su libertad.
A veces, después de rendirse, “por iniciativa propia”, decidirá hacer lo que le han indicado, para sentirse orgulloso por el deber cumplido. Sólo puede sentirse así cuando se ha negado primero y luego por sí mismo decide hacerlo. Cuando una madre dirige una reunión de chicos, se ^ará cuenta de que su hijo fue el que se comportó con mayor incorrección. La razón de este mal comportamiento radica sencillamente en el hecho de que obedecer en público a una madre puede parecer infantil. La única manera de demostrar que no sigue pegado a las faldas de su madre es desafiarla abiertamente. La madre puede tolerar este comportamiento o reprobarlo, pero nunca debe discutirlo delante de los amigos de su hijo. La necesidad de salvar las apariencias delante de su grupo no termina con la preadolescencia. Acaba de empezar. En muchos casos continuará durante la etapa adolescente. Y es muy probable, desafortunadamente, que incluso empeore
durante su vida de adulto, preocupándole demasiado el “quedar bien”.
La brusquedad
Cuando un niño se halla en dificultades busca refugio en unos brazos amantes. Un adolescente al tener problemas anhela el apoyo de una persona adulta amistosa y comprensible. Pero los niños preadolescentes, en la misma situación, se niegan totalmente a admitirlo.
Los códigos de las pandillas tachan de infantil, cobarde y acusica toda conversación con un adulto. Y además, según este mismo código, tener problemas no es un motivo de vergüenza sino de orgullo.
A esta edad no se tienen problemas. Los preadolescentes causan problemas a los demás. Entonces estos problemas revierten otra vez sobre el preadolescente, que puede defenderse o aceptar la situación. Puede ser difícil de aceptar pero es mejor ser independiente que pedir ayuda.
El amor preadolescente
El amor a esta edad es como un juego. Y es un juego en el que casi todos participan. Las niñas pasan mucho tiempo buscando un amigo y las niños buscando una amiga. Pero estas amistades raramente se transforman en amor.
En la preadolescencia la mayoría de los niños no ven a los miembros del otro sexo como los verán después, en la adolescencia. Sin embargo hay algunas excepciones, y de vez en cuando aparece un simulacro de amor. Pero los chicos generalmente sólo consideran a las chicas como miembros del sexo opuesto. Las chicas son aceptadas en la pandilla con el mismo criterio que los demás. Ellas actúan de la misma manera, pero pronto se cansan de los niños de su misma edad y se interesan por otros mayores.
En el transcurso de estos años, chicos y chicas todavían forman grupos cerrados. Sin embargo conseguir la amistad de un miembro del sexo opuesto tiene mucha importancia. Entonces la afortunada puede contar a sus compañeras que está enamorada. Y el muchacho se vanagloriará de sus éxitos delante de sus amigos. Probablemente todo lo que hace es llevarle los libros de casa a la escuela o ir a patinar con ella acompañados por la pandilla. Si los dejan solos pueden tener dificultades para entablar una conversación que probablemente será sumamente corta.