Limpieza
Enseñar al niño a controlar sus funciones intestinales no es posible hasta que no ha llegado a un desarrollo determinado de músculos y nervios. Antes el niño debería saber andar y sentarse. Por desgracia, paradójicamente, cuando empieza a estar físicamente preparado no lo está mentalmente. El chiquillo tozudo reacciona agresivamente y presenta resistencia cuando advierte el interés de la madre por sus funciones intestinales. Si los padres aceptan la naturalidad del niño ante estas necesidades les será mucho más fácil enseñarle a controlarse.
Control de los intestinos
Es necesario empezar a educarlo con asiduidad, cada día, pero es imprescindible obtener su cooperación, que generalmente no llega hasta los 18 meses. El tiene su modo de dar a conocer lo que está haciendo. Tal vez sus esfuerzos o el color púrpura de su cara. Entonces hay que decidir entre educarlo o esperar con paciencia unos meses más. Cuando el niño empieza a hacer esfuerzos, hay que sentarlo en un orinal y hacerle comprender que es el sitio adecuado para satisfacer sus necesidades. No conviene obligarle a estar sentado más de cinco minutos. Al principio dos sesiones diarias son suficientes. Si el niño consigue cumplir sus necesidades hay que mostrarse complacido pero no en exceso para que no conceda demasiada importancia a una función normal.
Si no quiere no se le debe obligar y tampoco hay que reñirlo si no tiene éxito.
No todo se logra en un día. Se necesitan repetidos intentos por parte de ambos. Pero, en cualquier caso nunca hay que coaccionar al niño ni forzarlo ni castigarlo demasiado. Y tampoco conviene discutir en su propia presencia sus éxitos o intentos fallidos. Podría darle demasiada importancia y utilizarlo para desafiar o molestar a su madre.
Las niñas son más pasivas por naturaleza y como consecuencia más obedientes. A los dos años ya es posible empezar a educarlas. Los niños tardan más y es mejor esperar hasta los 3 años.
Control de la vejiga
El control de la vejiga tarda mucho más en conseguirse, en parte porque es natural vaciarla más a menudo que los intestinos. A los 16 ó 18 meses los niños pueden retener la orina durante unas dos horas porque su vejiga ha aumentado de tamaño y su sistema nervioso está más desarrollado. Si durante la siesta no se moja, ya se puede empezar a entrenarlo. La mejor manera de lograr que los niños no se mojen por la noche es enseñarles a retener la orina cada vez por un período de tiempo más largo. Al llevar al niño al cuarto de baño con mucha frecuencia se corre el riesgo de condicionarle a retener la orina por un tiempo menor. El niño aprende a contenerse durante el día y su vejiga queda condicionada a estos períodos de tiempo que cada vez van aumentando hasta que duran toda la noche. Es un proceso normal y natural en todos los niños pero no llega totalmente a su fin hasta que cumplen los 5 años.
Con el tiempo todo llegará. Si la madre se consuela pensando que los pequeños siempre tratan de imitar a los mayores, todo será más fácil. Si los padres van al baño, el niño también irá.
Las rabietas
Las rabietas son una cosa tan normal en un chiquillo que es mucho más realista la madre que se preocupa cuando no las hace. La rabieta estallará si el niño quiere hacer una cosa peligrosa, poco sana y malintencionada, y no se lo permiten. La madre dice “no”. Y el niño reacciona furioso.
El niño estalla violentamente -grita, llora, se echa al suelo, patalea y salta— cuando todavía no ha aprendido a protestar verbalmente. ¿Qué se puede hacer? No hay ninguna solución definitiva, pero ciertos consejos serán útiles.
No hay que abandonar al niño.
Nunca se le debe reñir.
No hay que pegarle.
hasta que la rabieta haya pasado no conviene que los padres demuestren su enojo.
Es suficiente permanecer allí y no interrumpir lo que se estaba haciendo. Aunque parezca difícil es necesario esperar a que la tormenta pase. Cuando el niño se dé cuenta de que no le hacen caso y que no logra sus propósitos dejará de comportarse de este modo. En su lugar agudizará el ingenio y aprenderá a usar la palabra “no” con tanta expresividad como las rabietas.
“¡No! ¡No! ¡No!”
La primera palabra que un niño aprenderá quizás sea “mamá”, la segunda “papá” o viceversa, pero con toda seguridad la tercera será “no”. Es algo aceptado universalmente que la tercera palabra será “no”. ¿Por qué? Porque es una palabra que constantemente está en boca de sus padres. Un niño normal de 18 a 24 meses sacudirá la cabeza diciendo “no” mientras toca objetos “tabú” con la mirada fija en su madre, tales como los mandos de la televisión, el homo y la basura. Aprende a dominarse pero necesita que alguien le guíe. De momento basta con evitar que el niño haga cosas peligrosas; más adelante ya habrá tiempo para educarle en las convenciones de la sociedad. Ahora lo más importante es conservar su integridad física.
Para evitar enfrentamientos constantes es mejor eludir las ocasiones. Para ello hace falta apartar de su vista los adornos de valor o impedir que se encuentre en situaciones de peligro. Para los padres esto significa, quizás, que se verán obligados a guardar durante algunos meses su objeto favorito. Es una imprudencia ofrecerle vasos rebosantes de jugos pegajosos. Con toda seguridad los derramará y de repente los padres se descubrirán a sí mismos diciendo: “¡No! ¡No! ¡No!”.
Por lo tanto deberían existir un número de cosas que “sí” pueda hacer. Es conveniente que el niño disponga de un rincón donde pueda jugar desordenadamente, destrozar juguetes y rasgar papel. El niño que oye demasiadas veces “no” quizás desarrollará una personalidad pobre y puede vivir pensando que no-es capaz de hacer nada positivo.
Los celos
Aunque los padres insistan en las alegrías que les proporcionará un hermanito o hermani- ta, los otros hijos tendrán celos del recién nacido. Se sentirán destronados de la posición privilegiada que antes ocupaban en el afecto de sus padres. A pesar de que éstos demuestren repetidamente su cariño a todos los niños de la familia, es obvio que no lo monopolizan y que deben compartirlo con el recién nacido. Entonces, puesto que su estabilidad emocional depende totalmente del afecto de los padres, los niños ven al recién llegado como un rival que trastorna su estabilidad.
Estos celos pueden ser expresados de maneras muy distintas; todas ellas tienen un propósito doble: expresar su hostilidad y atraer la atención (no necesariamente el cariño) de los padres. Algunos demuestran inmediata y claramente su resentimiento: “¡Detesto a mi hermano!” o “¡Ya no me quieres!”. Es una posición muy comprensible dado que el papel de hermano mayor a veces resulta difícil. Con paciencia las aguas volverán a su cauce. Entonces es posible compensarle, concederle privilegios, tales como ir a la cama más tarde, contarle más cuentos, o paseos más frecuentes con sus padres, lo que hará que se sienta más importante.
Otros niños demuestran sus celos de una manera mucho más indirecta. Fingen que el recién nacido pertenece a otra familia o sólo está de visita, o lo sacuden con tanta violencia que lo hacen llorar. Con frecuencia estos niños celosos retroceden en su proceso de desarrollo y recuperan hábitos olvidados, se chupan el dedo, se aferran a su madre o exigen un biberón como el recién nacido. A veces pierden el control otra veí y se mojan por la noche o tienen “accidentes” durante el día. Reñirlo será hacerle perder definitivamente su seguridad. Es imprescindible dedicarle más tiempo. E incluso darle un biberón si realmente lo desea. Y sobre todo hay que proporcionarle actividades adecuadas a su edad que le convenzan de que es mucho más divertido ser mayor.