Cómo nevaron pelos y llovieron rosquillas en Virginia Occidental

por Mary E. Cober

Cierto día, Tony oyó decir que había comenzado la escuela en el valle próximo. No había estado nunca en una escuela. Y estaba ansioso de saber cómo era. Así que, una mañana, salió muy temprano para recorrer los veinte kilómetros que le separaban de ella y echarle una ojeada.

A Tony le gustó mucho la escuela. Pensó que cuando se le estiraran un poco más las piernas, podría dar pasos mucho más largos que entonces. Antes de terminar, podría dar pasos de casi un cuarto de kilómetro. Y, como después encontró algunos atajos, Tony podría ir a la escuela en muy poco tiempo.

Un día que iba a ella, vio dos grandes leones de montaña, los llamó jaguares, uno a cada lado del camino. «Están buscando una presa, y yo no quiero serlo», se dijo Tony. Entonces, tuvo una idea:


—¡Atacaos! ¡Atacaos! —gritó.

Inmediatamente, los dos grandes animales se arrojaron uno contra otro. Mientras luchaban, comenzaron a saltar y saltar cada vez más alto.

Pronto saltaron por encima de la cabeza de Tony.

—¡Atacaos! ¡Atacaos! —siguió gritando Tony.

Los leones se atacaron con más fuerza, mientras saltaban a la altura de los árboles.

Después de la escuela, Tony regresó por el mismo camino, con los ojos muy abiertos. Los leones no se dejaron ver, pero cuando se acercó al lugar donde los había visto antes, comenzaron a caer del cielo trozos de pelo.

«Qué raro —se dijo Tony—. ¿De dónde pueden venir?»

Tony miró a su alrededor y, finalmente, vio una nube peluda de la que parecían venir los pelos.

—¡Caramba! Estos leones han saltado tanto que han ido a parar a las nubes —exclamó.

  • esto era exactamente lo que pasaba. Esta fue la vez que nevaron pelos en Virginia Occidental.

    Tony, en sus viajes a la escuela, hacía experimentos muy interesantes. Un día, su abuela, que había ido a verle a casa, hizo unos pasteles fritos o rosquillas, como los llamaríamos nosotros.

    Hizo tantas que ni los castores, a cuya familia pertenecía Tony, que comen tanto, podían acabárselas. Tony se llevó en un saco las que sobraron para dárselas al maestro de la escuela.

    En el camino se encontró con el Hermano Conejo, que había ido a hacer una visita a sus primos de Virginia. Tony estaba comiendo rosquillas, y esto despertó el apetito del Hermano Conejo, el cual decidió quedarse con todas ellas.

    —¡Eh, chico! ¿Qué llevas ahí? —saludó el Hermano Conejo.

    —Rosquillas —replicó Tony muy educadamente—, ¿quieres una?

    —Gracias, si no te importa… ¿sabes?, conozco unas palabras mágicas que pueden hacer que estas rosquillas se multipliquen, y entonces tendremos todas las que queramos.

    —¿Cuáles son esas palabras? —preguntó Tony.

    —Primero, debes poner las rosquillas en este tronco de árbol y después cerrar los ojos. Después te diré las palabras mágicas.

    Tony hizo lo que le decía, sólo que no cerró del todo los ojos. Cuando vio que el Hermano Conejo cogía las rosquillas, Tony alargó el pie hacia el Hermano Conejo y de una patada lo lanzó al cielo.

  • fue entonces cuando llovieron rosquillas, durante tres días, en Virginia Occidental.

    Como veis, aunque joven, era difícil que engañaran a Tony.

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