Recopilado por Yoshiko Uchida
Hace muchos, muchos años había un hombre que tenía una verruga en la mejilla derecha.
— Pobre de mi, cuánto me gustaría quitarme esta verruga que tengo en la mejilla! – Suspiraba el anciano. Pero aunque fue de médico en médico por todo el país, ninguno pudo ayudarle.
—Siempre has sido un hombre bueno y honrado —decía su mujer—, seguro que un día alguien vendrá en tu ayuda.
Y así, el hombre esperaba que llegara este «alguien».
Un día se encaminó hacia las colinas a recoger un poco de leña para el fuego. Cuando el sol comenzó a esconderse detrás de los cerros, cargó un haz de leña sobre la espalda y comenzó a andar lentamente hacia su casa, situada al pie de la colina.
De pronto, el cielo se oscureció y comenzaron a caer gruesas gotas de agua. El viejo se apresuró a buscar un refugio y, al poco rato, descubrió un añoso pino nudoso que tenía un gran agujero en fu tronco.
—Ésté será para mí un buen refugio durante la tempestad —se dijo, y sin tardanza se metió en el agujero del árbol. Lo hizo muy a tiempo, porque pronto empezó a llover torrencialmente como si alguien en el cielo hubiera volcado un inmenso cubo de agua. El viejo se encogió mientras los truenos retumbaban sobre su cabeza y los relámpagos formaban mágicos rayos de luz en el negro bosque.
—¡Madre mía, qué tormenta! —se dijo, y cerró fuertemente los ojos. Pero se trataba sólo de una nube de verano, que se alejó tan pronto como había venido. Todo lo que el hombre oía era el ruido de las gotas que caían rítmicamente de las agujas del pino.
«Ahora que ha dejado de llover, debo darme prisa en llegar a casa, de lo contrario mi mujer empezará a preocuparse por mí», se dijo el hombre.
Estaba a punto de salir del hueco del árbol, cuando oyó cierto ruido, como si mucha gente anduviera por el bosque.
«Deben de ser otras personas a las que ha sorprendido la tormenta en despoblado», pensó, y esperó un poco para irse a casa con ellos.
Pero, de pronto, sus mejillas palidecieron al ver qué era lo que producía el sonido. Dio un salto y se metió nuevamente en el hueco del árbol. Porque no eran hombres quienes hacían ruido con los pies, sino muchos, muchos espíritus y fantasmas que se encaminaban derechos al pino donde se escondía el viejo.
Este se asustó tanto que quería gritar para pedir socorro, aunque sabía que nadie iba a ayudarle.
-¡Pobre de mí, pobre de mí! —se lamentaba, mientras ocultaba la cabeza entre sus manos—. ¿Qué van a hacerme?
Levantó un poco la cabeza, ya que le pareció oír una música en el aire. Sí, eran voces que cantaban y reían.
Los espíritus bailaban sobre la blanda alfombra de agujas de pino. Reían y cantaban, mientras proseguían su danza. Comenzaron después a comer, beber y divertirse.
—¡Una fiesta de espíritus! ¡Dios mío, nunca he visto cosa parecida! —se dijo el hombre. Pronto se olvidó del miedo y por el hueco del árbol asomó la cabeza. Sus pies
se movían al ritmo de la música, y sus manos aplaudían junto con los espíritus. Balanceaba la cabeza y sonreía feliz mirando la escena que se desarrollaba delante de él.
Después, pudo oír al jefe de los espíritus que decía:
—¡Qué bailes más tontos! Quiero ver a alguien que baile bien de verdad. ¿No hay nadie que sepa hacerlo mejor?
Antes de darse cuenta de sus propios actos, el viejo saltó fuera del árbol para ponerse a bailar en medio de los espíritus.
—¡Aquí estoy! —dijo—. Te enseñaré algo distinto ¡Te enseñaré hermosos bailes!
Los espíritus retrocedieron con sorpresa, y el viejo comenzó a bailar ante ellos.
Mientras los espíritus le observaban, el viejo bañó con tanta perfección como no lo había hecho nunca.
—¡Bien, muy bien! —dijo el jefe, moviendo la cabeza al ritmo de la música.
—¡Sí, sí! —dijeron los otros—. Nunca habíamos visto una danza tan bonita.
Cuando el viejo se detuvo, los espíritus se reunieron a su alrededor y le ofrecieron comida y bebida de su fiesta.
—¡Gracias, gracias! —dijo el hombre satisfecho. Había lanzado un suspiro de alivio al darse cuenta de que lograba divertir a los espíritus, porque temía que pudieran causarle daño.
El jefe dijo después, con voz grave y profunda:
—Nos gustaría ver más danzas como ésta. ¿Volverás aquí mañana?
—¡Claro que volveré! —respondió el viejo. Pero los otros espíritus movieron la cabeza y levantaron los dedos para llamar la atención.
—Este mortal no mantendrá su palabra —dijeron.
—Tomémosle algo en prenda. Algo que tenga para él mucho valor, y así estaremos seguros de que mañana volverá a buscarlo.
—¿Cogemos la gorra? —preguntó uno.
—¡O la chaqueta! —preguntó otro.
Finalmente, habló uno en voz alta:
—¡La verruga de la cara! ¡La verruga de la cara! Quitémosle eso y estaremos seguros de que vendrá por ella mañana, porque he oído decir que estas verrugas traen buena suerte y que los humanos las guardan como tesoros.
—Esta será pues la prenda —dijo el jefe, y con un chasquido de sus dedos mágicos, arrancó la verruga de la mejilla del viejo.
En un abrir y cerrar de ojos, los espíritus habían desaparecido todos en el bosque oscuro.
El viejo estaba tan sorprendido que apenas sabía qué hacer. Miró el sitio donde se habían reunido los espíritus
y después se frotó la mejilla derecha donde antes estaba la verruga y que ahora era lisa y suave al tacto.
—¡Dios mío! —murmuró el viejo.
Después, con una gran sonrisa, se marchó a su casa.
Su mujer había estado muy preocupada, temerosa de que al viejo le hubiera ocurrido algo, durante la tormenta. Permanecía a la puerta de su casita esperando su regreso y cuando, finalmente, lo vio a lo lejos en el camino, se apresuró a salir a su encuentro.
—He estado muy preocupada por ti —dijo—. ¿Te has mojado con tanta lluvia?
De pronto, dejó de hablar y miró con atención a su marido.
—Pe… pero, ¿dónde está la verruga? Esta mañana cuando has ido al bosque la tenías.
El viejo se rió feliz y contó a su mujer el encuentro con los espíritus.
—Como ves, finalmente me he librado de la verruga.
—¡Ah, qué bien! —dijo la mujer contemplando la mejilla derecha del viejo—. Debemos celebrar este acontecimiento.
- juntos brindaron con akano gohan y tai.
A la mañana siguiente, muy temprano oyeron que alguien llamaba a su puerta; allí estaba el hombre glotón que vivía en la casa de al lado. Iba a pedirles un poco de comida, como hacía muchas veces.
Aquel hombre tenía también una verruga en la mejilla, pero en el lado izquierdo de la cara. Cuando notó que el viejo ya no mostraba la verruga, levantó los brazos muy sorprendido y dijo:
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la verruga de tu cara?
Observó de cerca el rostro de su vecino y continuó:
—¡Cómo me gustaría librarme de la mía! Quizá si hiciera lo mismo que tú…
- preguntó ansiosamente:
—¿Qué has hecho? Dime exactamente qué has hecho.
El viejo contó con todo detalle cómo se había escondido en el hueco del árbol hasta que los espíritus acudieron a bailar en el crepúsculo. Habló después de la danza que había ejecutado para ellos y cómo le habían quitado la verruga en prenda.
—Muchas gracias, amigo mío —dijo el vecino—. Esta noche haré exactamente lo mismo que tú. Y después de tomar prestado un gran saco de arroz, corrió a su casa.
Aquella tarde, el vecino glotón fue al bosque y encontró el mismo árbol. Se escondió dentro del tronco y esperó en silencio, sacando la nariz a cada momento para ver si venían los espíritus. Cuando el cielo comenzó a oscurecer y el sol pintaba de oro todas las nubes, los espíritus iniciaron su danza en el pequeño claro del bosque delante del viejo árbol.
El jefe miró a su alrededor y dijo:
—Me pregunto si el viejo que bailó para nosotros ayer, vendrá pronto.
—¡Sí, sí, aquí estoy! —dijo el vecino glotón, mientras saltaba del hueco del árbol.
Abrió un abanico y comenzó a bailar. Pero, desgraciadamente, aquel hombre ignoraba el arte de la danza. Levantaba un pie detrás del otro, y balanceaba la cabeza a uno y otro lado; pero los espíritus no se reían como lo habían hecho el día anterior. Al contrario, fruncieron las cejas y exclamaron:
—Esto es horroroso. No sabemos qué hacer contigo, viejo. ¡Toma, aquí está tu preciosa verruga!
- con un ruido de dedos, el jefe envió la verruga a la mejilla derecha del glotón. Después, los espíritus desaparecieron por el bosque, tan deprisa como habían llegado.
—¡Oooohhh! —gritaba el glotón, mientras caminaba tristemente hacia su casa—. Nunca más trataré de hacerme pasar por otro.
No sólo tenía una gran verruga en la mejilla izquierda, sino también otra en la derecha.
- así, el glotón, que había tratado de imitar a su vecino, regresó a su casa peor que antes: con una verruga en cada mejilla.
hola.gracias…
Hola! Muchas gracias por todo el trabajo y por compartirlo. Ya no tengo esta colección de libros que leía cuando era niño y gracias a este sitio, puedo ahora leer estos lindos libros a mi hijo. Es un tesoro en la web. Ojalá se quede para siempre en la web.
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Nací en los 80’s, y de niño me leían estas historias. me resulta grato compartirlas también a mi hija