por Vaclav Ctvrtek Ilustraciones de Vladimir Fuka Hervert
Yo soy MartĂn. Milán es amigo mĂo y Kveta es mi hermanita. Milán vino a visitamos un dĂa despuĂ©s de comer. Llevaba un vestido nuevo y traĂa la caja del violĂn.
—MartĂn, vamos a pescar —dijo Milán.
-No puedo -repliqué-. Tengo clase esta tarde.
Milán puso el violĂn en una silla.
—Yo tampoco puedo. Tengo que tocar el violĂn esta tarde en el baile de la escuela.
Kveta estaba escuchando. Era muy pequeña para ir a la escuela, pero ya sabĂa lo que pasaba allá.
—Me alegro de que no podáis ir porque tampoco me llevarĂais con vosotros —dijo ella.
Después se olvidó por completo de nosotros y salió a jugar con su osito.
—En mi escuela no comenzamos hasta las dos —le musité a Milán.
—El baile empieza a la misma hora —respondió mi amigo en voz baja.
TomĂ© mi cartera y Milán su violĂn. Y cuando Kveta no miraba, salimos corriendo de la casa y nos fuimos al rĂo, a toda marcha.
Yo tenĂa un escondite entre los álamos, donde guardaba mi caña de pescar.
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En cuanto llegamos, sabuĂ© la caña de pescar y dejĂ© mi cartera, MartĂn dejĂł el violĂn junto a mi cartera y nos fuimos a pescar
Yo fui el primero en pescar algo. DespuĂ©s Milán pescĂł otro pez. Al poco rato conseguĂ otro. Era una trucha arco iris. La mayor que habĂa visto en mi vida. Completamente dorada y plateada, con aletas que parecĂan pintadas de rojo.
Milán tenĂa envidia. DecĂa que no era más que una carpa comĂşn.
—Es una trucha arco iris —insistĂ.
—No, es una carpa —replicó él.
Discutimos y discutimos hasta que nos cansamos. DespuĂ©s hicimos un pozo en la arena, la pusimos allĂ para guardarla, y nos fuimos a buscar una persona mayor que aclarara nuestra discusiĂłn. Corrimos rĂo arriba y rĂo abajo, sin encontrar a nadie. Pero ocurriĂł algo mucho peor. Cuando llegamos al pozo que habĂamos hecho, la trucha ya no estaba en Ă©l.
—Quizá saltĂł otra vez al rĂo —dijo Milán.
PensĂ© replicarle que ni una trucha arco iris ni una carpa pueden saltar tanto, pero me di cuenta de que mi reloj de pulsera indicaba que faltaban cinco minutos para las dos menos cuarto. Milán corriĂł hacia nuestro escondite, tomĂł la caja del violĂn y saliĂł pitando hacia la escuela.
Yo cogĂ mi cartera y estaba dispuesto a irme tambiĂ©n cuando me di cuenta de que habĂa un montĂłn de hierba reciĂ©n arrancada. Fui allá, y en el fondo de la hierba encontrĂ© el violĂn de Milán, con escamas de pez pegadas en Ă©l por todas partes.
DespuĂ©s, Milán me contĂł lo que habĂa ocurrido: «Cuando lleguĂ© a la escuela eran las dos menos diez. Todos me preguntaron por quĂ© habĂa corrido y me dijeron que afinara el violĂn.
«Me dieron una toalla para secarme el sudor y después me dijeron que me peinara un poco. Me dejaron un peine y asà lo hice.
«Otra vez volvieron a decir que me diera prisa y que preparara mi violĂn. En aquel momento llegaste corriendo hasta la ventana y empezaste a gritar algo. Uno de los maestros abriĂł la ventana y te preguntĂł quĂ© querĂas. TĂş, con mi violĂn en la mano, seguiste chillando, mirándome.
«—¡Tienes un pez aquĂ, tienes un pez aquĂ! —gritaste.
«Entonces abrĂ la caja del violĂn y saquĂ© el osito que chilla cuando se le mueve la cabeza.
«Todo el mundo se riĂł. SalĂ a coger mi violĂn, pero ya habĂas marchado y el violĂn estaba en la puerta.»
Más tarde, le dije a Milán: «Yo estaba seguro de que habĂa un pez dentro de la caja, porque cuando encontrĂ© el violĂn en la hierba, habĂa escamas de pez en Ă©l, y mi pez habĂa desaparecido.
«CorrĂ detrás de ti todo lo que pude, para decirte lo que habĂa ocurrido y avisarte de que no abrieras la caja del violĂn.
«Pero cuando lleguĂ© a tu escuela, eran ya las dos menos cinco y sĂłlo tuve tiempo de gritarte algo del pez, dejarte el violĂn en la puerta y salir corriendo. Porque yo tam-
bien llegaba tarde a la escuela.
«En cuanto me sentĂ© en el pupitre, el profesor nos dijo que sacáramos los libros y empezáramos a leer. ComencĂ© a abrir mi cartera, pero entonces, dudĂ© en poner la mano allĂ.
«—Vamos, saca el libro —dijo el maestro.
No puedo, tengo un pez en la cartera —repliqué.
«E1 maestro me dijo que dejara de hacer el tonto.
«Yo le dije que, como habĂa un oso de juguete en el estuche del violĂn en vez de un violĂn, ÂżdĂłnde podrĂa estar el pez más que en mi cartera?
«E1 maestro puso la mano dentro de mi cartera y sacĂł un libro. Lo volviĂł a meter y dijo: —Alguien se llevĂł a MartĂn y dejĂł aquĂ un pedrusco en su lugar.»
DespuĂ©s de analizar ambas historias, dije a Milán: —Lo del osito debe haber sido cosa de Kveta. No va a la escuela todavĂa, pero sabe cĂłmo hacer una mala faena. Nos debe haber seguido secretamente y preparado todo lo del violĂn y el osito.
Milán dijo:
—Lo del pez debiĂł tambiĂ©n ser cosa suya. Mientras discutĂamos, apostarĂa a que volviĂł a arrojar el pez al agua.
—¿Qué pez? —pregunté.
—La carpa —dijo Milán.
—Quieres decir la trucha arco iris —dije yo.
—Cuidado, Kveta está escuchando —me advirtió Milán.
No dijo nada más.
Yo tampoco.