«Justina» es la vaca que guía una vacada. Colgado del cuello, lleva un cencerro que suena clara y sonoramente cuando anda. Las otras vacas siguen el sonido del cencerro,
Pedro, el niño que cuida de la vacada, escucha también el sonido del cencerro. Si el sonido se oye fuerte, es que «Justina» está cerca. Pero un débil sonido significa que está lejos, y Pedro debe ir a buscarla.
Un día, Pedro pensó que «Justina» era ya demasiado vieja para llevar tras de sí a las otras vacas. Quitó el cencerro a «Justina» y se lo puso a una joven vaca mandona, llamada «Teodora».
El primer día que «Teodora» llevaba el cencerro, vio un manojo de hierba verde y jugosa en un estrecho camino cerca de un precipicio. Se fue hacia allí. Las vacas seguían a «Teodora» por el estrecho sendero y «Justina» iba lentamente detrás de ellas. De repente, ya no hubo más camino. «Teodora» se detuvo. No podía continuar. Y no podía volverse. Las vacas estaban atrapadas.
Pero Pedro escuchaba y advirtió que sus vacas estaban demasiado lejos.
Siguió el ruido del cencerro hasta que las encontró. Pedro quitó el cencerro a «Teodora» y lo volvió a colocar a «Justina». Esta dio la vuelta. La vacada siguió el sonido del cencerro de «Justina» y regresaron todas al prado.
‘Justina» lleva todavía el cencerro que salvó a las vacas.