Primeros pasos: Descripción

Cuando el niño comienza a andar solo se tambalea durante unas semanas. A los 18 meses ya corre y se apresura a inspeccionar el mundo que le rodea. Chupa, prueba, araña, mira, escucha, agarra, explora, patea. Actúa como si tuviera que descubrir el mundo entero en un solo dia.
Los chicos son especialmente agresivos. Parecen empeñados en conquistar y destruir todo lo que les rodea. Prueban sus músculos usándolos para correr, saltar, trepar, aporrear y pegar. Su sistema nervioso y capacidad de atención no están preparados para dedicarse a una tarea tranquila y delicada. Cualquier intento de que permanezca pacíficamente dedicado a una tarea estática, será un intento fallido. Antes de canalizar sus actividades hacia otros intereses, hay que darse cuenta de que el niño es sobre todo músculo y energía.

Movimientos y desarrollo

No hay que olvidar que el niño debe tener el sistema nervioso preparado para cualquier tarea que deba realizar. Si se le impulsa a realizar algo que está por encima de su capacidad mental y física, fracasará y con él sus padres. Cuando por sí mismo emprende una nueva actividad es que sus nervios y sus músculos están preparados. Primero aprende a sentarse, más tarde se pone de pie, luego ya anda y corre.
La herencia determina en gran manera la capacidad del niño para realizar una tarea a una edad determinada. Pero también está influido por causas externas tales como una lesión nerviosa

o cerebral, ambiente favorable, nutrición, enfermedad y disponibilidad de juguetes.
Aunque no todos los niños son iguales, es posible predecir de una manera bastante exacta sus logros principales. Un niño normal de 18 meses generalmente come solo, bebe en taza, usa cuchara, pronuncia correctamente cuatro o cinco palabras, anda, sabe construir casas con bloques de madera e intenta participar en las tareas caseras.
A los dos años corre, arroja pelotas, garabatea, combina algunas palabras, sabe volver las páginas de un libro, escucha cuentos y sabe su nombre. Una niña a los dos años muchas veces ya no necesita pañales.
A los 3 años puede subir las escaleras alternando los pies, ir en triciclo, saltar de un lugar a otro y copiar círculos y cruces. Saben su edad y nombre completo. Los chicos ya no necesitan pañales.

El crecimiento

El cuerpo de un niño de esta edad ya no crece como el de un recién nacido. En realidad una niña de 18 meses y un niño de dos años por regla general miden la mitad de lo que será su estatura definitiva. La longitud del cuerpo aumenta de 7 a 10 centímetros durante el segundo año y de 5 a 7 durante el tercero. (Información más amplia en Crecimiento, página 131).
Su apetito disminuye. Ahora come para vivir y no vive para comer como antes. Esta pérdida de apetito trastorna a las madres quienes creen que su hijo no está bueno. La verdadera causa de esta pérdida de apetito es que están ocupados explorando lo que les rodea y la comida les parece algo menos importante. De los 18 a los 24 meses ya toman por sí mismos el alimento que necesitan.

Un niño de 18 meses normalmente
sabe utilizar la cuchara y beber en una taza.
A los dos años arrojan pelotas y corren tras ellas.
A los 18 meses los niños ya construyen torres con bloques de cartón o madera.
Un niño de tres años puede sentirse absorto copiando un círculo que se ha dibujado para él.

La disciplina

De los 18 meses a los 3 años, el niño juega constantemente a descubrir las propiedades físicas del medio ambiente; la ley de la gravedad, la humedad del agua, la pegajosidad de un jugo y el calor del fuego. También descubre el desespero de su madre cuando ha hecho un disparate demasiado grande. Aprende que si hace daño a su hermano menor le reñirán y si tira un juguete por la ventana será castigado. Sabe que si dice una palabra “fea” será amonestado seriamente. En otras palabras, si no aprende a controlar su comportamiento impulsivo perderá temporalmente el afecto de su madre. Y este afecto es la única defensa real que posee contra el mundo hostil que le rodea. De este modo, su madre le enseña con ejemplos y disciplina el respeto a las cosas vivientes y a los objetos peligrosos.

Un día normal y corriente

Los hogares en donde hay niños de unos dos años no necesitan reloj despertador. Todos suelen madrugar, tal vez a causa de los pañales mojados, la vejiga llena, el hambre o quizás sólo desean seguir gozando de la alegría de vivir.
Algunos niños a los dos años ya saben vestirse, pero la mayoría cuando lo intentan se limitan a estirar y rasgar la ropa. Saben levantar una pierna y luego la otra para ponerse los pantalones pero luego no logran averiguar en qué manga deben colocar cada brazo. Y ni siquiera un chiquillo muy precoz logra ponerse un calcetín con el talón en el lugar que le corresponde. Aunque tarden mucho tiempo es muy educativo dejarlos actuar. El permitirles llegar solos hasta donde puedan les da confianza en sí mismos.
El desayuno
Las madres casi siempre alimentan a sus hijos con lo que les parece más rápido y adecuado en aquel momento. Utilizan los botes que están más a mano y las papillas con fruta que no cortan la leche son muy sencillas de preparar. El

puré de manzana hace la papilla consistente e impide que caiga al suelo cuando el niño rechaza la cuchara. Las tostadas tienen buena aceptación y los huevos —dos veces por semana— también. Cuando el suelo está lleno de migas y hay más papilla en la bandeja que en la boca del niño, el desayuno ha terminado.
Una visita al supermercado, un paseo por el parque o una vuelta a la manzana, dan ocasión al niño para que corra, chille, vea cosas nuevas y oiga sonidos diferentes. Luego la televisión proporciona un rato de descanso a la madre mientras el niño’permanece sentado un rato.

Fuera de casa los niños corren, gritan y tienen oportunidad de gastar la tremenda energía de que están dotados.

El almuerzo
Mantequilla de cacahuete y bocadillos de jalea pueden resultar un almuerzo muy nutritivo, pero es mejor alternarlos con carne o queso. Un plato de sopa puede resultar una pérdida de tiempo. No pueden tomarla por sí solos y contiene demasiado líquido para el estómago de un niño. Y cuando está suficientemente caliente para resultar sabrosa, quema al sorberla.
La siesta
La siesta es el momento tan esperado. Muchas veces las siestas son una salvación para los nervios de la madre. Deben ser suficientemente largas para que ambos descansen, pero no tanto que impidan al niño conciliar el sueño por la noche.
Algunos niños son tan suspicaces que cuando llega la hora de la siesta y su madre los quiere llevar a la cama, sospechan que va a suceder algo muy interesante y no quieren perdérselo. Saben que descansar y cerrar los ojos conduce al sueño. Para evitarlo hacen cualquier cosa: cantan, hablan, se agitan, se pellizcan la nariz, miden el suelo a pasos y miran por la ventana. Al cabo de dos horas se duermen y si no se les despierta descansan hasta las ocho. Luego estarán levantados hasta medianoche.
Sin embargo, aunque no duerman pueden descansar y dejar descansar. Luego madre, e hijo se volverán a encontrar con energía renovada. Después de la siesta, una galleta o un vaso de jugo de frutas le bastan hasta la hora de cenar.
La cena
La cena ideal reúne a la familia y debería ser para todos, padre, madre e hijo un momento alegre y esperado. Sin embargo lo que frecuentemente sucede está muy lejos del ideal.
Esperar al cabeza de familia para cenar juntos es poco práctico porque el niño debería acostarse pronto y su cena no es la misma de sus padres. Una solución es que espere a su padre para tomar el postre. Las cenas ideales se destinan a los fines de semana que son menos atareados.
El baño y la cama
Un baño caliente, el pijama, la cena y un ratito jugando con papá suelen ser una excelente preparación para el sueño y después de un cuento o dos (o tres o cuatro) el niño se dejará meter en la cama. Muchos niños tienen que realizar todo un ritual antes de dar por terminada una jomada: limpiarse los dientes, rezar, ordenar juguetes y muñecas, mirar debajo de la cama, etc.

Después de un día ocupado en múltiples actividades, un baño caliente y relajador prepara al niño para un buen descanso.

La mayoría de ellos pasan por una época en que no se dejan meter en cama con facilidad. Entonces intentan alargar el momento fatal pidiendo cuentos, vasos de agua, visitas al cuarto de baño y más vasos de agua. Hasta que los padres dicen “basta”. A los dos años ya sabe trepar por la baranda de la cuna y aparece en el salón, donde sospecha que están pasando cosas muy interesantes. Aunque sea obvio que está cansado se niega a volver a dormir. Es preciso ser firme. Hay que llevarlo otra vez a su cama. No conviene dejar juguetes atractivos en su habitación y si el niño tiene miedo no hay que apagar todas las luces. La puerta debe estar cerrada pero sin llave. Al final se dormirá, aunque sólo sea por aburrimiento.
Los niños necesitan que se les imponga unas normas. Les gusta romperlas, pero no es motivo para que no las tengan. Los padres deberían ponerse de acuerdo para obligarlo a meterse en cama a la misma hora cada día.
En la Guía Médica se trata el mismo tema pero más ampliamente.

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