En ocasiones los niños se comportan de un modo que desconcierta o preocupa a sus padres. Muchos niños pueden incluso mostrar lo que parecen síntomas de desorden emocional. Consisten éstos en agresividad extrema, temores y compulsiones que solamente indican un desorden emocional cuando aparecen insistentemente o se dan con frecuencia.
El desorden emocional y el retraso mental son dos cosas diferentes, pero a veces es difícil diferenciarlas. Los problemas emocionales pueden dificultar en tal grado los estudios del niño que a veces se interpretan como un signo de retraso mental sin que tengan ninguna relación con ello. (Ver El niño retrasado mental).
La importancia de la salud física
Antes de llegar a la conclusión de que un problema de comportamiento es el resultado de una anormalidad emocional es preciso tener la seguridad de que el niño no padece ningún mal físico. Muchos síntomas de desorden emocional pueden ser creados por una enfermedad física. Son muy aconsejables las revisiones médicas regulares. Y son más importantes todavía si el niño sufre un problema emocional.
¿Dónde pueden ocurrir los problemas emocionales?
El niño vive en cuatro mundos. Y si se halla física y mentalmente sano se espera de él que se comporte de varios modos en cada uno de estos
mundos. Si su conducta difiere frecuentemente de la que se considera como normal el niño puede hallarse inmerso en un problema emocional del que no saldrá sin ayuda.
La familia y el hogar: primer mundo
El primer mundo del niño es el hogar y su familia. Su actitud hacia sí mismo, hacia la otra gente y hacia la vida en general empieza en este primer mundo. En una situación normal existe un lazo afectivo entre los padres y entre el niño y cada uno de ellos. Disfrutan en mutua compañía pero cada uno tiene otros intereses. Gradualmente el niño cambia desde la casi total subordinación de la infancia hasta la casi total independencia de finales de la adolescencia. Pero todavía se espera de él que cumpla razonablemente las reglas familiares y que efectúe los trabajos propios de su edad y capacidad.
El niño puede sufrir desórdenes emocionales si no se halla en buenas relaciones con sus padres, si está madurando hacia su propia independencia demasiado lentamente —o con excesiva rapidez—, si ignora las reglas familiares y se niega constantemente a efectuar las tareas que se le encomiendan. Su actitud hacia los otros niños de la familia difícilmente puede clasificarse puesto que los celos y las disputas forman parte de la relación normal entre hermanos. Este tipo de comportamiento raramente indica un desorden o problemas emocionales puesto que se considera normal en la evolución de todo niño de mentalidad normal siempre que no se exceda de unos límites.
La escuela: segundo mundo
Durante su infancia el niño vive en la escuela cerca de mil horas anuales. Los deberes del niño en la escuela están muy claramente definidos. Se espera de él que, dentro de límites razonables, su comportamiento y resultados sean correctos; que se aplique en sus tareas escolares, que considere el estudio como la oportunidad de una vida productiva y que se interese por las actividades extraescolares.
Todos los padres tienen ambiciones para sus hijos. Se puede plantear el problema de que la capacidad del muchacho no corresponda a las esperanzas de ellos. La actitud del niño hacia la escuela puede malograrse o cabe que sus logros sean inferiores a su capacidad. Y si además su comportamiento escolar es tal que necesita ser frecuentemente castigado, todo ello puede indicar que el niño sufre una perturbación emocional y necesita ayuda.
Las amistades: tercer mundo
A medida que un niño crece encuentra su tercer mundo; el mundo de los amigos. Este nuevo mundo adquiere importancia a medida que el niño se hace mayor. Las amistades de la infancia son sumamente importantes. Los niños empiezan a aprender las costumbres sociales y las normas de conducta imitando a los adultos,
influyendo y siendo influidos por otros niños. Gran parte de la capacidad para mantener relaciones adultas proviene de un buen principio en la niñez. Normalmente el niño quiere estar con sus amigos y sentirse necesario entre ellos. Es muy importante que todos participen en actividades agradables.
Los padres deberían preocuparse del niño que siempre está solo, el que trata de comprar amistades con regalos, el que se hace el tonto para que los otros se rían de él y el que prefiere jugar con otros niños mucho menores o mayores que él cuando pudiera hacerlo con los de su misma edad. Evidentemente los padres de estos niños deben sentirse preocupados ya que sus amistades les impulsan a actuar antisocialmente —robo o gamberrismo—.
La vida interior: cuarto mundo
El mundo interior del niño es, en muchos aspectos, el más difícil de comprender. Es el que forman sus pensamientos, sus temores, sus esperanzas, sus actitudes y sus ambiciones. Cada niño se ve a sí mismo de muchos modos. Puede verse como listo o estúpido, amable o antipático, feo o guapo, bueno o malo. Estas autovaloraciones juntas forman lo que se llama la idea de sí mismo. Cuando un niño tiene la constante y persistente sensación de que no es igual que los demás, es muy probable que sufra un problema emocional.
En el curso de la vida todo el mundo tiene que enfrentarse con problemas de un tipo o de otro. A pesar de esto la persona equilibrada continúa creyendo que la vida tiene satisfacciones. Aunque el problema sea muy difícil de resolver, la persona equilibrada se siente optimista acerca del futuro. Si esta sensación de optimismo no se logra, nos encontramos con un problema emocional.
Síntomas específicos
Los síntomas más graves de desorden emocional son los que afectan al juicio. Pueden darse separadamente o en combinación. Un niño tiene un desorden en el modo de pensar si es incapaz de reaccionar ante las personas o ante las cosas que le rodean o si ha perdido completamente el sentido del tiempo. Quizá oirá voces o verá cosas que no existen. Este síntoma no debiera confundirse con el comportamiento del niño normal que a veces juega o habla con un niño invisible.
Las obsesiones son pensamientos que acuden a la mente con frecuencia, hasta que llega un momento que interfieren los procesos normales del pensamiento. A veces un niño normal puede tener una experiencia similar a una obsesión como sucede cuando la misma tonadilla le ronda en la cabeza durante cierto tiempo. Esto dura poco y no interfiere los procesos normales.
Las compulsiones obligan urgentemente a repetir ciertos actos, cuando no existe ninguna razón para ello. Un ejemplo de compulsión es la incontrolable necesidad de lavarse repetidamente las manos. Esto no es lo mismo que la normal necesidad infantil de evitar pisar junturas de baldosas en la acera o cualquier otro tipo de comportamiento de este tipo, que más que compulsiones son juegos.
La fobia es un temor terrible que impide que el niño lleve a cabo actividades normales. La fobia es un síntoma de desorden emocional que preocupa mucho a los padres. No debe confundirse con cierta aprensión de los niños normales hacia la escuela o con el miedo que tienen algunos niños pequeños al ir por primera vez al colegio.
La ansiedad es un temor indefinido, sin relación con ningún motivo específico. Es más difícil de atender que la fobia porque la causa del miedo del niño no se puede localizar.
La agresividad extrema —tal como dañar a los demás o ser cruel— se observa frecuentemente.
Algunos síntomas de desorden emocional interfieren las funciones normales del cuerpo. Entre ellos están los tics, la histeria, la enuresis (no retener la orina en la cama) y la encopresis (constante incapacidad del niño para controlar los movimientos de sus intestinos, con estreñimiento).
Los tics o espasmos habituales son movimientos repentinos y repetidos de grupos musculares.
Ocurren generalmente en los músculos de la cara pero en realidad pueden aparecer en cualquier grupo muscular. El niño no tiene control sobre el tic.
La histeria se describe como la pérdida de las funciones físicas o sensoriales a causa de una emoción. También puede provocar la parálisis de los brazos y de las piernas.
La enuresis y la encopresis pueden ser importantes síntomas de desorden emocional si persisten después que el niño ha alcanzado la edad escolar.
Qué hay que hacer con los problemas emocionales
Si un niño presenta síntomas de desórdenes emocionales, no deben ignorarse y esperar a que se resuelvan por sí, cuando se haga mayor.
Los padres deben discutir el problema entre ellos. Es muy importante que la discusión no tenga lugar cuando los padres estén disgustados con el niño porque éste se haya portado mal. Es preciso que la discusión se desenvuelva en un momento de calma y buena disposición.
Durante la discusión, los padres deben analizar de qué modo la familia como grupo, y cómo cada individuo de ella por separado, se comporta diferentemente de las demás personas. Es preciso no vacilar en admitir que puedan existir diferencias. No obstante, todos más o menos se comportan de acuerdo con el tipo medio de conducta.
Además, es preciso admitir que los métodos que se han usado sin éxito en determinado niño, quizás pudieran ser útiles con otros no emocionalmente perturbados. Por esto se comprende que los padres tengan a veces parte de la culpa de los problemas de su hijo y que un cambio de actitud hacia él pueda solucionar el problema.
Los padres pueden tener problemas
El padre perfeccionista cree que hay un lugar para todo y que cada cosa debe estar siempre en su sitio. A consecuencia de esto, exigirá demasiado a su hijo. La habitación de éste nunca estará suficientemente ordenada para complacer a su padre. El niño es siempre comparado con otros y no importa cuanto se esfuerce; nunca satisface al padre perfeccionista. Los problemas emocionales del niño a menudo pueden ser relacionados con esta anormal exigencia de perfección. El padre perfeccionista debería tratar de ser menos rígido y exigente y suavizar estas reglas. Debería conseguir criticar menos al niño y alabarlo más.
El padre inconsecuente crea un ambiente inseguro al cambiar las reglas tan a menudo que el niño ya no sabe lo que se espera de él. La mayoría de los padres son inconsecuentes a veces y, cuando cambian constantemente las reglas relativas al comportamiento del niño en relación a la casa, la escuela, el juego y otras áreas de su vida, no se dan cuenta de lo que esto representa para el niño y deberían enmendarse.
El padre excesivamente protector ampara a su hijo en demasía, bien porque no comprende que su hijo está creciendo, bien porque se preocupa en exceso por los peligros del mundo exterior que eventualmente puedan dañar al niño. Esta actitud conduce al desarrollo de problemas emocionales. El padre que reconoce que su excesiva preocupación y protección es la causa del problema, puede encontrar un buen ejemplo para corregirse, estudiando el comportamiento de los padres que tienen hijos equilibrados.
El padre indulgente compra el afecto de su hijo al no limitar su comportamiento. Esto también puede ser la causa de un desorden emocional del niño. Los niños se sienten más seguros cuando tienen normas a seguir. Las normas preparan al niño para enfrentarse con las situaciones en las que los deseos individuales deben dejarse a un lado en favor de las necesidades del grupo.
Los padres que siempre discuten pueden también contribuir a crear problemas emocionales en el niño, si las disputas son constantes. La solución obvia es evitar estas discusiones en presencia del niño y transigir tácita o explícitamente.
El padre que se desentiende será incapaz de convencer a su hijo de que le quiere, de que se interesa por él y de que se preocupa de su bienestar. Los niños necesitan modelos a los cuales adaptar su conducta. Para que sean efectivos estos modelos deben interesar al niño y estar a su alcance.
El padre que siempre castiga tiende a tratar los problemas ideando nuevos castigos poco usuales. Aunque el castigo en algunas ocasiones es necesario, nunca debe ser excesivo y, por otro lado, es preciso también alabar al niño para que pueda contrarrestar los castigos. El castigo fracasa si no se obtiene el efecto deseado.
Si un niño muestra síntomas de desorden emocional y se le ha castigado mucho, es lógico deducir que el aumento de castigos sólo logra agravar la situación.
Cambio de táctica
Cuando los padres reconocen que los métodos empleados para tratar a su hijo no han tenido éxito e incluso han sido perjudiciales, deben disponerse a preparar otro programa. Si el niño ya es suficientemente mayor para razonar, el proceso se simplificará discutiendo francamente con él en el momento oportuno. Los padres deberían explicar al niño cuánto les preocupa el problema y cómo les gustaría ayudarle. Deben explicarle también cómo piensan cambiar su actitud hacia él. Sería aconsejable convenir una próxima discusión para analizar los progresos. El niño debe poder hablar durante las discusiones y nada de lo que diga tiene que aprovecharse para actuar contra él.
Si la conducta del niño plantea dificultades en la escuela, es importante que los padres discutan el problema con el maestro del niño y con otras personas apropiadas, tales como el director de la escuela, el psicólogo, una asistente social o la enfermera de la escuela. Estas personas se hallan capacitadas para dar consejos a los padres, puesto que conocen al niño y se interesan por el mismo problema. Esto puede ser muy valioso como ayuda para que los padres entiendan por qué razón su hijo se comporta mal.
Cuándo hace falta buscar ayuda profesional
Generalmente es difícil que los padres puedan admitir, incluso en su fuero interno, que su hijo necesita ayuda psiquiátrica. Es normal que crean que es posible encontrar alguna solución al problema de su hijo sin recurrir a ningún tipo de ayuda exterior. Si la situación no mejora deberían insistir, pero si tras un cierto tiempo no se observa un cambio evidente, ha llegado el momento de buscar una ayuda profesional. Cuando el problema del niño responde a los citados síntomas específicos, los padres deben consultar al pedíatra o al médico de la familia. Si es necesario, éste les recomendará que visiten a un médico psiquíatra. Cuando no es posible consultar a un psiquíatra el médico debe recomendarles una clínica psicológica o una institución para enfermos mentales. A menudo las personas ajenas, especialmente las que poseen una preparación especial, son más capaces de tratar el problema con objetividad.
Cuando los padres consultan un psiquíatra deben estar dispuestos a aceptar el hecho de que pueden ser parcialmente responsables del problema emocional de su hijo. Los padres deben conocer en qué medida han contribuido al problema y colaborar con el médico para conseguir buenos resultados. Los niños con desórdenes emocionales tienden a responder favorablemente al tratamiento, especialmente cuando todos los miembros de la familia colaboran en el esfuerzo.
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