por Nana Adorna Ilustraciones de Meshack Asare
En muchos lugares de Ghana la gente sigue viviendo y trabajando casi del mismo modo que sus antepasados. Pero las nuevas formas de vida comienzan a reemplazar a las antiguas, como se ve en este cuento.
Una vez, no hace mucho tiempo, una mujer llamada Mame Nyame tenía en la cocina de su casa un viejo fogón de arcilla. También había botes, sartenes, cuchillos, cucharas y todas las cosas que suele haber en las cocinas. Aquél era el hogar de los cacharros y, cuando no había nadie cerca, se distraían hablando unos con otros. También conversaban con Yaa, la hija de Mame Nyame. A ella le gustaban los cacharros de la cocina. Era su amiga; por esto hablaban, con ella. Pero callaban al momento cuando otra persona entraba en la habitación. Sólo Yaa sabía que podían hablar y a nadie había revelado este secreto.
El fogón de arcilla era el jefe de la cocina. Todos le obedecían por ser el más viejo y hacer las comidas.
Un sábado por la tarde, Mame Nyame llevó a casa un objeto de hojalata, de aspecto raro.
—¿Qué es esto, mamá? —preguntó Yaa.
—Un hornillo de carbón —dijo Mame Nyame—. Sirve para cocinar. Es ligero y podré sacarlo al patio cuando quiera. En adelante ya no tendré que usar todos los días este viejo fogón.
Yaa no preguntó más. Los cacharros de la cocina tampoco dijeron nada. Mame Nyame dejó el hornillo en el suelo y salió fuera. Nadie miró al hornillo.
-Pobre fogón —dijo Yaa, acariciándolo suavemente—. Estoy segura de que mamá lo hizo sin querer. Te seguirá usando para cocinar. No empleará el hornillo.
Pero Yaa se equivocaba. Su madre usó el hornillo. Lo sacó al patio y empezó a cocinar en él.
El hornillo estuvo mucho tiempo fuera de la cocina, en
el patio. Mandaba mensajes al fogón de arcilla, pero éste nunca respondió. Un sábado por la noche, después de cenar, Mame Nyame lo entró, lo echó en un rincón y volvió a salir. Todo el mundo quedó en silencio en la cocina. El fogón de arcilla y los otros cacharros veían al hornillo por primera vez en muchos meses. Parecía distinto. Sus costados ya no estaban limpios y brillantes, sino sucios, viejos y abollados. Se quedó en su rincón, sin decir palabra, hasta que llegó Yaa v^o cogió. Entonces lo presentó al fogón.
—¿Cómo estás —dijo el hornillo—. Me alegra conocer por fin al jefe.
—¿El jefe? —peguntó el fogón— ¿Quién es el jefe?
—Tú —respondió el hornillo—. Tú eres el jefe de la cocina y yo soy parte de ella. Mame Nyame me usaba én el patio, pero, en realidad, soy parte de la cocina. Me alegra estar aquí; así podré oírte y obedecerte.
—¿Ves? —dijo Yaa al fogón— Dice la verdad. Ya te dije que quería ser amigo tuyo.
Después de esto, el fogón ya no podía estar enfadado con el hornillo.
—Bienvenido —dijo— Espero que seas feliz en nuestra compañía.
—Seguro que sí —respondió el hornillo.
—¡Psst! Hay alguien ahí fuera —dijo el bote, que era el que estaba más cerca de la puerta. Al momento callaron todos. Se abrió la puerta y entró Mame Nyame.
—1Olí, estás aquí —dijo a Yaa—. Te he estado buscando por todas partes. Lleva el hornillo al patio y ayúdame a preparar algo de comer.
Mame Nyame sacó de un cajón algunos cuchillos y un cucharón, y alcanzando también una cacerola volvió a salir.
Yaa llenó el hornillo con carbón y lo llevó junto a su madre. Como era sábado, estuvieron fueta un buen rato, preparando una gran cena.
Finalmente, Mame Nyame entró de nuevo el hornillo a la cocina. Lo etíhó a un rincón y allí lo dejó. Después^ volvió a salir. El hornillo miró tristemente al fogón.
—¿Qué pasa? —preguntó una cuchara que estaba en el cajón.
—Mame Nyame hablaba con otra mujer —le respondió el hornillo. /
—¿De mí? —preguntó el fogón
-Sí.
—Lo suponía —dijo el fogón— ¿Son malas noticias?
—Sí… —musitó el hornillo.
Entonces Yaa entró en la cocina. Parecía también triste. Cogió el hornillo, lo puso cerca del fogón y se sentó entre ellos.
—No os dejaré marchar — dijo con energía—. Sois mis amigos. ‘
Los botes, cazuelas, sartenes, cucharas, cuchillos y demás cacharros de la cocina no entendían bien lo que ocurría. El hornillo explicó que Mame Nyame quería romper el fogón y echarlo a la basura.
-También ha decidido hacer lo mismo conmigo -dijo.
—¿Por qué? —preguntaron cucharas y cuchillos.
—Porque el fogón da demasiado calor y quema mucha leña, y porque yo estoy demasiado sucio —respondió el hornillo—. Esto es lo que dijo la otra mujer. Ella tiene un hornillo eléctrico, muy limpio y fácil de usar. Dice que es mucho mejor que el fogón y que yo. Y ahora, Mame Nyame quiere uno de estos nuevos hornillos eléctricos y ha decidido deshacerse de nosotros.
—¡No! —dijo Yaa, saltándosele las lágrimas.
—No llores, pequeña —dijo el fogón— Ya soy muy viejo. Quizá ya es hora que desaparezca.
—Pero, ¿te ha gustado vivir aquí? —preguntó entonces el hornillo.
—Oh sí, mucho —respondió el fogón—. Aquí está mi querida Yaa. La conozco desde que era un bebé. Ha venido a verme muchas veces; cuando se sentía triste, la consolaba y se sentía de nuevo feliz.
Yaa pasó suavemente la mano por el costado del fogón.
—Entonces, has formado parte de la familia —dijo el hornillo.
—Me siento orgulloso de decir que sí —respondió el fogón—. Puedo contarte todo lo que durante años y años ha ocurrido aquí. Pero nos gustaría oír primero tu historia.
Y el hornillo comenzó a narrar su historia.
—Todo lo que recuerdo de mis primeros años es que yo era una gran lata llena de petróleo. Estaba limpia y brillante, y sin agujeros en los costados. Era nueva. Esto fue en una ciudad lejana, en Europa. Eramos muchas, todas llenas de petróleo. Entonces, unos hombres nos subieron a un barco. Las otras latas me dijeron donde íbamos. Como yo estaba en el fondo del barco, no pude ver nada. Dijeron que íbamos a varios países, atravesando el mar.
El hornillo se paró para respirar.
Se oyó ruido en el cajón. Los cuchillos, tenedores y cucharas comenzaron a moverse al oír los nombres de Europa y el mar. Algunos provenían de Inglaterra, y sabían muchas cosas de Europa y el mar.
—¿Qué te ocurrió después? —preguntó el fogón.
—Estuvimos en el barco mucho tiempo. Hicimos el viaje de Europa a Africa —respondió el hornillo.
—¿Adonde os llevó el barco? —preguntó la sartén.
—A Port Harcourt, en Nigeria —respondió el hornillo.
—¿•Qué te ocurrió entonces? —quiso saber el fogón.
—Una mujer me compró en Port Harcourt. Pronto consumió todo el petróleo que yo guardaba dentro. Pero esto no fue el fin, porque después me limpió cuidadosamente y me utilizó para llevar agua. Era muy buena conmigo y siempre me conservaba limpio y brillante. Trabajé para esta mujer hasta que un día resbalé de sus manos y caí sobre una piedra que me hizo un agujero en el costado. Ya no servía para llevar agua; así que la mujer me vendió a un hombre
que fabrica cosas muy diversas con latas viejas. Me hizo más agujeros en los costados, y me convirtió en el hornillo que soy ahora.
—Pero, ¿cómo llegaste hasta aquí? Esto no es Port Harcourt —preguntó la sartén.
—Vine en camión. Había muchas otras latas y en cuanto el camión se puso en marcha, comenzamos a hacer ruido. Al principio traté de cantar, pero las demás latas se daban golpes y gritaban, y pronto también yo comencé a darme golpes y a gritar. Nos divertimos mucho en el viaje, pero me parece que no le gustó mucho al conductor del camión. Realmente, hicimos mucho ruido. Al fin llegamos al mercado, cerca de aquí. El conductor detuvo el camión y nos puso en el suelo. Estuve mucho tiempo en el almacén del comerciante, hasta que un día llegó Mame Nyame y me compró.
Y aquí estoy. Esta es mi historia.
El hornillo dejó de hablar y sonrió a todos los de la cocina.
—¿Eres feliz aquí con nosotros? —preguntó la sartén.
—No era feliz cuando estaba solo en el patio. Pero ahora estoy muy contento de estar con todos vosotros y con el fogón, el jefe de nuestra cocina.
—Y ahora Mame Nyame os va a echar a los dos a la basura —dijo la mesa de la cocina.
—No —dijo Yaa, con decisión— ¡No lo permitiré!
—Vamos, vamos, Yaa —dijo el fogón— Es tarde. Debes ir a la cama y nosotros tenemos que dormir. Mañana hablaremos de esto.
—No consentiré que os eche —repitió Yaa— No le dejaré. ¡Pensaré algo! Y, tristemente, se fue a la cama.
A la mañana siguiente, Mame Nyame entró temprano en la cocina. Dos hombres la segían llevando una gran caja brillante, que parecía muy pesada. La pusieron en el suelo de la cocina, y en aquel momento entró Yaa.
—¿Qué es esto? —preguntó señalando la caja.
—Es un hornillo eléctrico —dijo Mame Nyame.
—¿Para qué queremos un hornillo eléctrico? —preguntó Yaa—. Tenemos ya el fogón y el hornillo de carbón. Cocinan muy bien.
—Pero el hornillo eléctrico es más rápido y más limpio. Te gustará cuando lo uses —dijo Mame Nyame.
—¡No! —dijo Yaa.
—¿Dónde ponemos el hornillo eléctrico, señora? —preguntó uno de los hombres a Mame Nyame—. Podemos romper este fogón viejo y poner el hornillo eléctrico en su lugar.
—¡No! -dijo de nuevo Yaa, corriendo hacia el fogón—. Mira, mamá, podemos poner el hornillo eléctrico aquí, entre el fogón y la pared. Cocinaremos con el hornillo y usaremos el fogón como otra mesa, para poner los botes, las sartenes y los platos.
—Es verdad -dijo Mame Nyame-. Sí, haremos esto. No es necesario que rompamos el fogón.
Los hombres empezaron a colocar el hornillo eléctrico en la esquina de la pared y, al ver el hornillo de carbón, preguntaron.
—¿Quiere usted que tiremos este viejo hornillo?
—¡No! —dijo Yaa—. Mira, mamá, podemos poner el hornillo de carbón al otro lado del fogón. Lo podemos utilizar si alguna vez se estropea el hornillo eléctrico. Es fácil de transportar y de encender.
—Es verdad —dijo Mame Nyame— Sí; esto es lo que vamos a hacer con el hornillo. No necesitamos tirarlo.
Yaa puso cuidadosamente el hornillo al lado del fogón, mientras los hombres colocaban el hornillo eléctrico en la esquina. Después, los hombres y Mame Nyame salieron de nuevo.
—Gracias, ha salido muy bien. El fogón y yo estamos a salvo —dijo el hornillo a Yaa.
—Sí, gracias, pequeña —dijo el fogón— Durante años he cuidado de ti; ahora tú te ocupas de mí. Pero mira el hornillo eléctrico. Hará todo el trabajo y querrá ser el jefe de la cocina.
—Que trabaje —respondió el hornillo—. Es joven y nosotros somos ya viejos. Miraremos cómo trabaja. Que sea el dueño de la cocina. Nosotros nos sentaremos aquí con Yaa y contaremos cuentos todo el tiempo. Ya hemos trabajado bastante.
Lentamente el fogón comenzó a sonreír. —Tenéis razón •^-xlájOT-. No quiero ser más el jefe. Que el hornillo eléctrico lo haga todo. Me sentaré con vosotros y nos contaremos todos los cuentos que sepamos.
—¡Bravo! —dijo el hornillo.
-Bien -dijo Yaa, sentándose y acariciando dulcemente al fogón y al hornillo. Los tres sonrieron felices.
-Ahora estamos a salvo -dijo Yaa- ¿Quién empieza el primer cuento?
[ratings]
Por accidente se posteo 1 estrella, cuando en realidad quería poner 5! Perdón! Un muy lindo cuento 🙂