Todos los caballeros vestidos con armadura se parecían.
Eran como una colección de figuras de metal estridentes y ruidosas que sólo vagamente recordaban a un hombre. Pero, entonces, ¿cómo sabía un caballero si el otro que estaba frente a él era amigo o enemigo?
No lo sabía, a menos que cada uno llevara sobre su armadura o sobre su broquel un escudo de armas que, con sus colores y dibujos, proclamaba quién era el caballero oculto bajo la armadura.
Hoy nadie lleva armadura, pero todavía hay personas que conservan sus escudos que indican a qué familia pertenecen.