Medir la hora por medio del sol o las estrellas está muy bien. Pero pronto se sintió la necesidad de contar con un medio más eficaz. Y esto condujo a la invención del reloj de agua.
El primer reloj de agua era, simplemente, una gran jarra de arcilla o piedra. De arriba abajo se sucedía una fila de marcas que representaban las horas. Cerca del fondo de la jarra había una pequeñísima abertura por la que, lentamente, se filtraba el agua La cantidad de líquido que se filtraba, así como el espacio entre las marcas, tenía que estar pensado cuidadosamente. Para decir la hora no había más que mirar dentro de la jarra y ver a qué marca llegaba el agua.
Aunque todavía se utilizan relojes de sol, los de agua no sólo eran más exactos, sino que podían usarse de día y de noche, lloviese o hiciese sol. Con el tiempo se llegaron a construir relojes de agua muy útiles. Estaban provistos de esfera, como nuestros relojes de hoy, y en algunos casos hasta sonaba una
campana al comienzo de cada hora del día.
Pero estos relojes, al igual que los de sol, también tenían problemas. Por un lado, el agua podía helarse en los climas fríos. Por otra parte, las horas señaladas nunca eran exactamente iguales: su duración podía variar de un reloj a otro. Así pues, prosiguió la búsqueda de mejores instrumentos para medir el tiempo.
Hace unos mil dosc’.entos años, los europeos empezaron a usar relojes de arena. Un reloj de arena está formado por dos globos de cristal unidos mediante un tubo corto y estrecho. Uno de los globos está lleno de fina arena, que va cayendo lentamente, pasando por el tubo al globo inferior. La cantidad de arena está medida para que tarde exactamente una hora en pasar de un globo a otro.
El reloj de arena funciona tanto de día como de noche y en cualquier clima. Pero solamente mide un período de tiempo dado, como, por ejemplo, una hora o media hora. No puede decirte qué hora es.