Feboldson, el Científico del Oeste

por Walter Blair

El estado de Nebraska era tan enorme al principio, que pudieron cortar grandes trozos de él y llevarlos a Colorado, Dakota o Idaho, sin que nadie se preocupase por ello en aquel estado. Después de hacer estos regalos, se dieron cuenta de que todas las montañas de la vecindad habían ido a parar a otros estados. El resultado fue que Nebraska quedó reducida a una serie de valles, altiplanos y praderas expuestos al viento del sudoeste. Los fenómenos atmosféricos y la vida silvestre tenían para manifestarse un gran territorio sin impedimentos naturales.

 

Febold Feboldson fue a establecerse allí, en el período en que el tiempo comenzaba a dar muestras de fuerza. Tenía una granja, una familia y le habían nombrado Agente de los indios Pies Negros, y comenzó por entonces sus trabajos como científico naturalista.

Uno de los primeros problemas con que debió enfrentarse fue la Gran Niebla que llegó después del Año del Gran Calor. El Gran Calor fue algo terrible, como es sabido. Pensando en aquel período, mucha gente decía que uno de los fenómenos más antipáticos fue el que, en cualquier parte, el mercurio de los termómetros que subía por el tubo se saliera por la parte superior, como una fuente; por esto, la gente no sabía con exactitud la temperatura. Sin embargo, en el condado de Salinas, una persona que tenía un termómetro cuya escala llegaba a los 100 grados, se pasó noche y día con un trozo de hielo cerca del termómetro, dispuesto a salvarlo como fuera. Y dijo que, durante toda la semana, el calor nunca bajó de 60 grados, por lo menos siempre que había mirado el termómetro a la luz del sol, de la luna o con una linterna.

Fue terrible, como os podéis imaginar. Pero, un día que Febold estaba mirando el cielo con alguno de sus instrumentos, hizo un descubrimiento fatal.

«Esto es grave —se dijo—. Hay que tomar medidas drásticas». Entonces, mandó un cable a Londres que decía: Envíen inmediatamente un lote de cortanieblas de fantasía. Pago contra reembolso. Febold Feboldson.

Como era un científico, Febold había calculado bien: se acercaba un tiempo terrible para Nebraska. Mientras estaban sentados en la sala tratando de conseguir un poco de fresco, informó a su mujer de lo que había hecho aquella misma mañana.

—Hoy he escrito a Londres pidiendo un lote de cortanieblas —dijo.

La señora Feboldson abrió desmesuradamente los ojos.

—¡Cortanieblas! —dijo sorprendida.

—Sí, cortanieblas —repitió Febold—. ¿Sabes?, en Londres es donde se dan las nieblas más espesas, si exceptuamos el océano. Y los ingleses tienen inventiva; son una raza inteligente. Por eso, sin duda, tendrán los mejores cortanieblas que sea posible encontrar.

—Muy bien, Febold; pero no alcanzo a comprender para qué necesitamos un cortanieblas. ¿Qué podemos hacer con él?

—Cortar la niebla.

—Hace tanto calor que, verdaderamente, me gustaría cortarlo —dijo la señora Feboldson—. Pero si miras por la ventana, verás que no hay niebla; sólo hay tierra llana y cielo hasta perderse de vista, y con cien mil olas de calor; lo mismo que se ve normalmente.

—Pero también veo algo insólito —dijo Febold— ¿ Qué es esa cosa de color gris oscuro que hay en el cielo, allá arriba, una cosa no mayor que la mano de un hombre?

—¡Caramba! —dijo la señora Feboldson— ¡Es una nube! La primera que veo desde que comenzó el Gran Calor. Parece una nube de lluvia, ¿verdad?

Febold asintió con la cabeza y preguntó a su vez:

—¿Y qué dice el dedo que te advierte cuándo va a llover?

La señora observó su dedo durante un minuto. Después contestó:

—¡Es sorprendente! He sentido una contracción.

—Pues yo he hecho algunas observaciones con mi barómetro, he mirado hacia la luna, he escuchado el croar de los sapos y todo anuncia lo mismo —dijo Febold—. Es más: dicen que va a llegar una gran tormenta, como la de la Biblia: cuarenta días y cuarenta noches; necesitaremos cortanieblas, querida.

—¿•Cortan la lluvia además de la niebla?

—No, sólo cortan la niebla, creo yo. Pero los necesitaremos, ya verás. Volvamos adentro.

A lo largo de la jornada comenzó aquel terrible ruido que volvió loca a la gente de Nebraska (y parte de los territorios vecinos) durante cuarenta días y cuarenta noches. Las personas que trataron de describirlo más tarde decían que se podía comparar al ruido del vapor que saliera al mismo tiempo de tres millones de teteras, o, naturalmente, de grandes calderas que hirvieran furiosamente, con un silbido gorgoteante.

Cuando Febold llegó a la casa después de ordeñar las vacas, su mujer preguntó qué era aquel horrible ruido.

—El cielo se está comportando como había previsto —dijo—. La

lluvia cae como un océano que se derramara. Pero a unos quince kilómetros hacia arriba, choca con el aire caliente que se ha acumulado a causa del Gran Calor. En cuanto el agua choca con el aire caliente, se convierte en vapor y hace este ruido. El vapor se convertirá después en niebla.

—Pero el vapor se queda arriba —comentó la señora Feboldson-. Por la ventana, todo lo que se ve es tierra llana hasta perderse de vista, como siempre, sólo que hoy está gris porque no hay sol.

—Muy pronto, querida, la lluvia golpeará la niebla, la hará bajar al suelo y la prensará contra nosotros. Espero que los ingleses se apresurarán a mandar los cortanieblas. Las cosas van a empeorar.

Febold tenía razón, como siempre. Primero, solamente hubo un poquito de niebla; luego, un poco más, y después cada vez más y más, hasta que se hizo imposible a las personas andar solas; debían andar juntas dos de ellas: una para andar y otra para apartar la niebla. Como el ganado la bebía, no era necesario darle agua. Pero


 

 

los campesinos se asustaron mucho porque sus cosechas iban mal. Algunas semillas se habían imaginado que estaban en China, en la parte posterior del hemisferio, y comenzaron a crecer al revés.

En Noviembre, cuando la niebla era ya tan espesa que, en parte, se había transformado en trescientos quintales de barro, centenares de campesinos y ganaderos decidieron abandonar Nebraska.

«Demasiada niebla. Estamos hartos de ella —decían—. Necesitamos otro sitio para vivir.»

Cuando la situación había llegado a este punto, se recibieron contra reembolso los cortadores de niebla, y Febold utilizó uno de ellos para cortar la cinta de un paquete de billetes de los fondos destinados a los indios Pies Negros. Después comenzó a emplearlo para la niebla, y la cortó en grandes tiras. Cuando ya tenía muchas tiras, se le presentó el problema de dónde meterlas.

—No las puedo dejar tiradas en el campo —dijo a la señora Fe- boldson- porque las semillas seguirán creciendo hacia abajo. ¡Ya sé! Las dejaré por los caminos.

Así, puso estas tiras de niebla una detrás de otra en todas las polvorientas carreteras de Nebraska. Al poco tiempo, una parte de la niebla quedó enterrada, y otra parte quedó tan cubierta de polvo que nadie pudo verla.

Un solo inconveniente resultó de todo esto. Cada primavera, cuando comienza a brillar el sol y llega el deshielo, un poco de aquella niebla sale de los caminos polvorientos y los convierte en la mayor masa de barro que jamás se haya visto.

  • si no lo crees, no tienes más que ir a Nebraska en primavera y tratar de viajar en coche por uno de estos’ caminos.

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