Cuando salgo de mi casa, mi mundo me abre sus brazos. Las personas forman parte de mi mundo. Para saber qué hacen, me voy a dar la vuelta a la manzana.
Huelo la comida que preparan las madres.
Oigo gritar a los niños.
Veo a los padres que limpian sus coches.
A veces le doy un terrón de azúcar a un perrito, o veo cómo sube a la acera un gatito.
Huelo el alquitrán y corro a ver cómo arreglan las calles. Suenan las bocinas de los coches.
Yo hablo con el vendedor de periódicos, con el cartero y con el chico del colmado.
A veces me paro a mirar cómo arreglan los hilos del teléfono.
Los guardias van mirando los coches a ver si hay alguno mal aparcado.
El camión de la basura va de puerta en puerta.
Cuando llego a la esquina de mi manzana me encuentro con otra delante. Aún hay más manzanas de casas a mi derecha y a mi izquierda.
Todas esas casas están llenas de gente que vive en ellas. A veces me pregunto cuántas casas hay en mi ciudad y cuánta gente vive en ellas. ¿Qué superficie de terreno abarca mi casa?
Mis ojos me dicen que las demás casas son muy parecidas a la mía. Pero yo sé que mi casa tiene algo muy especial. Yo vivo en ella.