La historia de Kattor


Kattor era un joven tigre. Tenía una hermosa piel amarilla con rayas negras. Sus patas eran tan grandes como las ramas de un árbol pequeño, y su cola era suave y silbante. Sus ojos eran amarillos y fieros, incluso para un tigre. Tenía una lengua rosada y áspera, la cual se veía detrás de sus blancos dientes cuando rugía.

Kattor habitaba con su madre una cueva rocosa situada en una colina. Allí dormía en su cama de hojas secas y crujientes. Cuando era muy pequeño, le gustaba estarse tumbado en ella todo el día; se divertía estirando sus largas patas y sacando las uñas, que quedaban ocultas por la piel de sus garras.

Al ir creciendo, la madre comenzó a sacarlo de la cueva para que hiciera ejercicio. Entonces hacía piruetas y daba saltos mortales, tiraba ramas al aire y rasgaba las hojas con sus afiladas uñas. Daba golpes traviesos con sus patas delanteras y zarpazos, jugando, a las piedras y sombras.

Así vivía Kattor mientras iba creciendo. Día tras día, al mismo tiempo que jugaba fuera de su casa, se iba sintiendo más fuerte.

Pasaron muchos meses. Cierto díá, Kattor se aventuró a salir solo. Afiló sus uñas en un gran árbol. Golpeó, jugando, todas las cosas que encontraba en su camino. Era divertido aplastarlas de un solo manotazo. Por donde iba, las otras criaturas del bosque escapaban dando chillidos medrosos. Esto era muy emocionante. ¡Qué fuerte y poderoso se sentía!

Aquella tarde regresó a casa y contó a su madre todo lo que había hecho.

—Soy un tigre grande y fuerte, ¿no es verdad?

—Eres un tigre pequeño muy fuerte. Pero ahora debes dormir -dijo la madre—. Y ablandó su cama de hojas, le limpió tiernamente con su lengua grande y roja y ronroneó para él hasta que se hubo dormido.

Cada día que pasaba, Kattor iba alejándose un poco más de su casa. Todos los días afilaba sus garras, y cada uno de ellos se atrevía a asustar a animales mayores. Y diariamente volvía junto a su madre y le decía como antes:

—Mamá, soy un tigre grande y fuerte, ¿no es verdad?

Y todas las noches le repetía su madre:

—Eres un tigre pequeño muy fuerte.

Después, le lavaba con su gran lengua roja, ablandaba su cama de hojas y le ronroneaba suavemente hasta que se dormía.

Esto duró mucho tiempo. Una mañana, mientras afilaba sus uñas en un árbol, arañó la corteza con tal vigor que se sintió más fuerte que nunca. Aquel día se fue solo por primera vez a buscar comida, y llevó lo que había cazado a su casa para que su madre lo viera.

—Mamá, soy un tigre grande y fuerte, ¿verdad? —dijo Kattor.


Y    aquella noche su madre respondió:

—Sí, Kattor, te estás convirtiendo en un tigre grande y fuerte.

—Algún día conquistaré el mundo para ti —dijo Kattor.

—Haz bien todo lo que tienen que hacer los tigres, Kattor —dijo su madre con suavidad. Y le limpió tiernamente con su gran lengua áspera, ablandó su cama de hojas y ronroneó para él hasta que se durmió.

La fuerza de Kattor iba en aumento y comenzó a compararse con los otros animales que veía. Pronto creyó que ya no había nada que no pudiera conquistar.

—Conquistaré el mundo para ti, mamá —repetía Kattor una y otra vez.

Una mañana, cuando Kattor estaba a punto de salir para hacer sus ejercicios diarios, se dio cuenta de que estaba más oscuro que de costumbre.

—¿Qué es esto, mamá? —preguntó Kattor.

—Es una tormenta —contestó su madre.

Y    en aquel preciso momento se desencadenó la tormenta con toda su furia. La lluvia caía a torrentes, los cielos rugían como centenares de tigres furiosos y los árboles se desgajaban ante la puerta de su guarida.

—¿Quién es ése tan fuerte que puede romper los árboles? —preguntaba Kattor.

—Es el viento —respondía la madre.

—Conquistaré el viento —dijo Kattor y salió corriendo bajo la impresionante tormenta.

—¡Vete, viento, o te arañaré! —dijo Kattor.

El viento sopló más fuerte y pareció burlarse de él.

—¡Vete, viento! —gritaba Kattor; pero el viento se tragaba totalmente su voz.

Kattor golpeó una y otra vez al aire. Esto era distinto a todo contra lo cual había luchado antes. Parecía que sus fuertes garras no golpeaban nada, y nada cayó. El viento se fue haciendo más fuerte y llevó la lluvia a los ojos de Kattor, pero éste seguía luchando y diciendo:

—¡Te venceré! ¡Lo haré, sí, lo haré!

Y    el viento continuaba rugiendo y arrojando agua al cuerpo de Kattor, hasta que éste se cansó tanto que ya no pudo luchar más.

De pronto, la tormenta, tal como había llegado, cesó. Kattor se detuvo asombrado un momento y después corrió gozoso a ver a su madre.

—¡Mira, mamá, he conquistado el viento! ¡Conquistaré el mundo para ti!

Su madre dijo otra vez:

—Kattor, haz bien las cosas que los tigres tienen que hacer. Así serás siempre feliz.

Después le lamió con su lengua gruesa y áspera y él se durmió.

Al despertarse a la mañana siguiente y pensar cómo había detenido al viento y a la lluvia, se sintió más fuerte que nunca. Esta vez caminó hasta que llegó a una gran montaña.

—¡Apártate de mi camino, montaña! —dijo Kattor.

Arañó y arrancó trozos de la montaña. Sus afiladas uñas se introducían por las grietas de las rocas y se hería las patas. No era como el viento: era algo distinto a lo que había arañado hasta entonces. Pero no abandonó. Siguió arañando y arañando y trató de empujar la montaña con su fuerte cabeza; sin embargo, la montaña no se movía.

El sol comenzaba a ponerse. Brillaba directamente sobre la cumbre de la montaña y chocaba contra los ojos de Kattor, llenos de polvo. Y Kattor no pudo continuar, pero estaba decidido a no dejarse vencer. Iría a su casa a descansar y regresaría por la mañana; miró a la montaña, sobre la que brillaba el sol:

—¡Oh, montaña bajo el sol, te conquistaré por la mañana! —dijo.

Y    regresó junto a su madre. Esta le dio de comer, ablandó su cama, alisó el pelo de su piel con su gran lengua áspera y ronroneó suavemente para dormirlo.

—Soy un tigre grande y fuerte —dijo Kattor antes de dormirse—, lverdad ?

—Eres un tigre joven y fuerte —le dijo su madre, y Kattor se durmió profundamente.


Al día siguiente se levantó pronto para conquistar la montaña. Había olvidado la situación de ésta, pero recordaba que estaba debajo del sol. Como era un tigre joven, no sabía que el sol de la tarde (que había visto sobre las montañas), estaba en el oeste y que el sol de la mañana (que estaba saliendo), estaba en el este. Así, fue hacia el este en lugar de ir hacia el oeste.

Anduvo y anduvo, pero no encontraba ninguna montaña. Siguió andando y andando, pero tampoco logró encontrar montañas.

Y, de pronto, un estremecimiento de placer corrió por todo su cuerpo, desde la punta de las orejas hasta el extremo de la cola silbante. Después de todo, había asustado a la montaña. ¡Cuán fuerte y poderoso era!

Caminó y caminó hasta llegar a un sitio desde el que vio más agua que toda la que había visto en su vida. Era el mar.

—¡Apártate de mi camino, agua! —dijo Kattor con orgullo.

El agua lamió pacíficamente la costa.

Esto puso a Kattor furioso. Se lanzó al mar. Mordió, arañó, rasgó el agua, pero no pudo cogerla. Golpeó muy fuerte, sin embargo el agua se cerraba suavemente detrás de sus garras, como si no pudiera hacerle daño.

Kattor, a quien le gustaba sentirse seco, caliente y cómodo, se enfadó más y más. Sus golpes fueron cada vez más fieros, pero parecía que no podía conquistar el agua. Luchó y luchó. El agua le llenó la nariz y los ojos y se sintió muy incómodo. Finalmente, después de mucho rato, pensó que no podía seguir. Sólo quería volver a casa, meterse en su cama de hojas secas y calientes. Se sintió débil y, volviendo la espalda al mar, se dispuso a caminar, vacilante, hacia su guarida. Pero, ¿qué era lo que veían sus ojos? Grandes extensiones de arena húmeda estaban frente a él. Como era un tigre pequeño, ignoraba que la marea había bajado. ¡Creyó que había arrojado al agua lejos, hacia el mar!

—¡Soy el tigre más fuerte de la tierra! —pensó Kattor, y corrió para contárselo a su madre.

—¡Madre! —dijo sin resuello—. ¡He conquistado el viento, asusté a la montaña y ahora he hecho retroceder el agua! ¡Soy el tigre más fuerte que existe!

—Todavía eres joven, pero eres un tigre grande y fuerte —dijo su madre a la vez que le limpiaba con su lengua grande y áspera y le ablandaba la cama de hojas. Después añadió, mientras ronroneaba suavemente para que Kattor se durmiera:

—Mañana iré contigo.

Y así, al día siguiente, su madre fue con él.

Le condujo al pie de una elevada colina rocosa en la que Kattor no había estado nunca. Era difícil subir, pero, al fin, llegaron a la cima. Aún no terminaba de asomar la cabeza sobre ella cuando ya sintió una brisa muy fuerte que soplaba sobre la cumbre.

—Es el viento —dijo simplemente la madre de Kattor. Y Kattor


se preguntó cómo se1 había atrevido el viento a volver. Pero, antes de que pudiera decir nada, vio también a distancia la gran montaña que pensó haber asustado.

—Es la montaña —dijo la madre de Kattor.

Los pensamientos se mezclaban en la mente del pobre Kattor. ¿No había hecho huir a la montaña y derrotado al viento? Pero cuando quiso preguntarle a su madre, vio que ésta estaba en el extremo más lejano de la cumbre de la colina y parecía mirar a lo lejos. Kattor fue hacia su madre, y allá delante estaba el mar, el agua que él creía haber derrotado.

—Es el mar —dijo la madre.

Kattor no sabía qué pensar; su madre ya no dijo más y comenzó a caminar lentamente sobre las rocas.

Aquella noche, su madre le ablandó la cama y alisó su aterciopelada piel con su gruesa y áspera lengua.

—¿No soy un tigre grande y fuerte? —preguntó Kattor.

—¡Sí, Kattor, eres un tigre grande y fuerte! —dijo su madre cariñosamente—, pero hace falta mucho más que un tigre grande y fuerte para hacer mover el viento, la montaña o el mar. Y ronroneó con dulzura hasta que Kattor se durmió.

Y, como en sueños, le pareció oír que ella decía: «Haz bien todo lo que pueden hacer los tigres, Kattor, y así serás feliz siempre.»

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José Ruiz

Magnífico cuento

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